Villa

Crítica de Pablo Raimondi - Clarín

La marginalidad al ángulo

Vino en cajita, el Gauchito Gil entre velas, armas, fútbol y la villa miseria: “el barrio”. El director formoseño Ezio Massa, que hizo su debut en el cortometraje Malevo, pinta de una forma cruda y directa la vida en la 21-24 de Barracas, uno de los focos más calientes de la ciudad de Buenos Aires. Con pocos recursos y mucha tensión, Villa exhala la bronca de una época donde la post crisis del 2001 se funde con el factor-distracción futbolero, el Mundial de Corea-Japón 2002 que obligó a millones de argentinos a vivir de madrugada en madrugada.

El filme sigue los pasos de tres chicos del barrio, Cuzco (Jonathan Rodríguez), Freddy (Julio Zarza) y Lupin (Fernando Roa, que actuó en El Polaquito) quienes a cualquier precio buscarán ver el debut de Argentina, contra Nigeria, en un televisor a color. La voces en off de los protagonistas explican los límites y características de “el barrio”, al que Massa filma varias veces desde lejos, como espiando su interior, en una película de gueto, 100% de género.

Cuzquito, el más chico del trío, se caracteriza por su gesto fiero y dureza, y gana la confianza de una anciana vecina (encarnada por la fallecida Floria Bloise) para entrometerse en su vivienda. La tensión vivida en el hogar de la mujer es de lo más logrado del filme. Freddy es el paria de la villa, hundido en los excesos, rencoroso y con aires de soberbia, cuyo lenguaje son las balas.

Un gran acierto del filme es la musicalización con Carajo (con el tema Chico granada), la percusión de La Chilinga y la verba dura del Sindicato Argentino de Hip Hop que le da a la película un carácter entre sórdido y con mucho nervio. Los personajes secundarios como el Padre Tito (Adrián Spinelli), Bocha (Diego Sampayo) y el Gordo Miguel reflejan el argot villero a la perfección, realismo puro.

Esta realización escapa del esteticismo fílmico que tuvo Ciudad de Dios, una de las películas emblemas, y se podría emparentar con la exitosa Elefante blanco de Trapero, rodada tres años después. En Villa, el fútbol y la marginalidad se entremezclan tal como ocurrió en La ciudad oculta (1989) de Osvaldo Andéchaga, ambientada durante la realización del Mundial de 1978 de Argentina, donde se buscó erradicar a la villa miseria Manuel Dorrego.