Villa Amalia

Crítica de Santiago García - Leer Cine

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Una mujer decide comenzar su vida de nuevo y cortar con todo lo anterior. La excusa es una infidelidad del marido, pero el motivo real es más profundo y complejo. La película está a la altura de sus ambiciones pues extende la sensibilidad de la protagonista y sus angustias a toda la puesta en escena.

Las primeras imágenes del film parecen propias de un film noir. Por ser un film francés, sería un polar, un film noir hecho en Francia. La banda de sonido acompaña esa sensación. Un auto sigue a otro bajo la lluvia. Por el espejo retrovisor vemos –igual que un film noir- los ojos de la protagonista. Es una escena tensa. La protagonista es Isabelle Huppert, una actriz ideal para el misterio, para la tensión, para la ambigüedad. A lo largo de casi cuarenta años de carrera, Huppert ha podido desarrollar personajes cuyas caracteristicas encajan perfectamente con ese misterio que encierra el rostro de Ann. La película no tiene prólogos, arranca con el estallido de una crisis. Ann descubre una infedelidad y eso detona un conflicto latente. Un cuestionamiento existencial que llega hasta las raices mismas de la protagonista. Ann decide, entonces, terminar con todo. Si acaso habita en el ser humano la fantasía de hacer un corte abrupto con todo e irse lejos para desprenderse de sus conflictos, la película Villa Amalia va un poco más allá. Lo que habita realmente en el planteo del film es una pregunta acerca de la escencia de una persona. Lo que Ann parece explorar es justamente eso, la pregunta que se hace es: ¿Quién soy? ¿Qué soy? Y a lo largo de la trama va recorriendo diferentes situaciones, viviendo cosas que parecen contestar parcialmente a ese pregunta. ¿Es una persona su matrimonio? ¿Es una persona su casa o su auto? Claro que hay respuestas que son obvias, que cualquiera podría, al menos en teoría, contestar sin problemas. Pero otras son mucho más complejas y sumadas invitan a reflexionar acerca de su propia existencia. Así, la familia, la pareja, la vocación, la nacionalidad, la religión, la inclinación sexual, la ropa, el nombre, todo en la película parece poder ser separado del núcleo mismo del ser. Todo eso nos delinea, pero no es la esencia. ¿Si cambio de nacionalidad cambio de ser? ¿Si no conservo mi nombre y mi religión ya no soy yo? En un momento se arma un rompecabezas en el film y esa metáfora debería ser tomada en cuenta como manifestación de esas muchas partes que conforman nuestro ser. El camino que Ann elige resulta placentero e inquietante a la vez, como lo son, después de todo, las formas de libertad individual que Villa Amalia desarrolla. Una y otra vez la protagonista se sumerge en el agua, espacio de paz y tranquilidad para ella. El agua podría, representar formas de pureza, así como un metatórico –y sólo metofórico- regreso al estado anterior al nacimiento, donde habría una esencia que no sería afectada aun por los elementos que luego de nacer comenzamos a sumar con nuestra experiencia de vida. Del agua será rescatada Ann en un momento y verdaderamente será este un nuevo nacimiento que la encuentra con nuevas esperanzas en el futuro. Estos cortes con el pasado –especialmente bella la caricia con la que despide de su padre- que van inquietando por momentos y generando expectativas por el otro, no son otra cosa que la forma en la cual el film muestra la figura de su protagonista. Este cortar con todo no es otra cosa más que recortar, que explorar cuales son los límites de nuestro ser. Donde terminan los demás y empezamos nosotros, donde culmina nuestra naturaleza y comienzan los condicionamientos exteriores. A juzgar por el final del film, Ann podrá no haber encontrado las respuestas que buscaba, pero ya no está como al comienzo del film. La oscuridad y la crispación del comienzo han sido reemplazadas por un luminoso exterior y una ventana abierta al sol y al mar. Ann Hidden (Hidden es escondido en inglés) se ha dejado de esconder y ha empezado a ver la vida de frente. La luz del plano final así parece demostrarlo.