Vigilia en Agosto

Crítica de Jessica Johanna - El Espectador Avezado

Ópera prima de Luis María Mercado, “Vigilia en agosto” sigue a una joven (Magda) durante los días previos a su boda. Días que se suceden entre visitas a la iglesia, reuniones con amigas y alcohol, pruebas de vestuario y comidas con amigos y familiares.
Pero también teniéndola como testigo de cosas extrañas que empiezan a descolocarla y transformar su idílico momento en algo parecido a una pesadilla. Rita Pauls es la protagonista y es a través de su Magda que vamos vivenciando lo que le empieza a suceder.
Cosas que mira, que oye. Cosas que estaban escondidas y de repente se le sitúan frente a ella, que la hacen ver distinto a su entorno, en especial a su futuro marido. La actriz brinda una interpretación muy sólida en especial teniendo en cuenta que casi todo lo expresa desde el silencio, desde los gestos.
Es una tarea difícil al que tiene Pauls con este personaje tan complejo psicológicamente, con su conflicto interno. “Vigilia en agosto” sucede además en un pueblo agrícola, un lugar pequeño en el que todos se conocen. Y al conocerse todos entre sí, todos también creen saberlo todo de todos y por lo tanto hablar, opinar.
Cuando Magda es testigo de algo que nunca terminamos de ver, su cuerpo comienza a notar los cambios. Hay algo que huele mal, hay cosas que suceden todo el tiempo y no las vemos.
Estamos ante un drama psicológico por lo que casi todo lo que pasa le pasa a ella, lo percibe ella, y es así que no mucho de eso aparece en primer plano; al contrario, todo se ve fragmentado o se escucha pero no se ve.
Todo eso termina de imprimir esta sensación de rareza que se va a apoderando cada vez más del relato. El cine de Mercado (que además escribe el guion) acá parece estar muy influenciado por el de Lucrecia Martel (si hasta su póster a simple vista rememora a “La mujer sin cabeza”), aunque acá sus climas de extrañeza resulten más sutiles y, quizás por lo tanto, más realistas.
“Vigilia en agosto” es una interesante y peculiar ópera prima que pone en evidencia lo terrorífico que pueden ser los mandatos patriarcales. Con una protagonista que no puede decir muchas veces lo que le pasa y entonces el cuerpo empieza a hablar por ella y a rechazar aquello que antes creía querer.