Viene de noche

Crítica de María Paula Rios - Fandango

Un uso perfecto del espacio y el sonido, asistidos de una narración sin fisuras, sitúan a 'Viene de Noche' como una de las mejores propuestas de género del año.

En el thriller de terror y psicológico Viene de noche, el director Trey Edward Shults da cuenta de que se puede narrar una gran historia utilizando escasos recursos. Una puesta minimalista con suficiente potencia para causar altas dosis de tensión y exponer cuestiones morales que se suceden bajo el influjo de situaciones límites físicas y mentales.

El film nos sitúa ante una casa tapiada como un fuerte, inmersa en el medio de un gran bosque. La trama nos presenta un escenario post apocalíptico, en el que una familia, Paul (Joel Edgerton), el padre; Sarah (Carmen Ejogo), la madre y Travis (Kelvin Harrison Jr.), el hijo adolescente, vive aislada para protegerse de un extraño virus que está asechando a la sociedad.

Sin dudas el que toma las riendas de la situación es Paul, quien pone el cuerpo para resguardar cualquier circunstancia que ponga en peligro a su familia. De repente, un día aparece ante su puerta un joven que quiere entrar a la fuerza. Tras mantenerlo aislado unos días, por temor a que este infectado, logra conversar con el extraño, quien le comunica que a pocos kilómetros se encuentra su mujer y pequeño hijo, y que él solo necesita provisiones.

Es así, que Paul ayudará al intruso (Christopher Abbott) e irán en busca de sus seres queridos. Una vez que estén las dos familias juntas, conformarán una pequeña comunidad, compartiendo la enorme casa de madera. Pero la convivencia no será fácil y menos aún con un estado de paranoia constante.

Viene de noche comienza con una escena impactante, con tintes casi dramáticos, por lo que el director ya nos brinda pistas de cómo será el tono de la película. Lo sorprendente es que logra sostener toda esa potencia a lo largo del metraje e inclusive incrementarla. La tensión no da respiro.

La geometría del espacio interno de la casa es asfixiante y está acompañada por un trabajo de cámara (subjetivas, planos cortos y estilizados), y una utilización del sonido impresionante. Encima el guion se encuentra al mismo nivel de los aspectos técnicos. Además de las acertadas actuaciones, hay un juego constante con las mentes de los protagonistas (y del espectador) que ponen en jaque distintas nociones de realidad, inclusive al estado onírico de uno de los personajes que funciona de un modo profético o predictivo.

Los momentos de catarsis son escasos, pero Shults tiene la habilidad de equilibrar el nervio y la angustia en dosis justas. Estamos ante un claro ejemplo de como con una puesta de escena austera se puede provocar una explosión de emociones y sensaciones. Una clase de terror que impacta en el cuerpo y a su vez mantiene activa la percepción espectador.