Viene de noche

Crítica de Carlos Schilling - La Voz del Interior

Viene de noche propone un drama en estado puro, en el que sobrevir es el mandato fundamental.

Difícil saber hasta qué punto puede perjudicar o beneficiar a Viene de noche el haber sido catalogada como película de terror. Si bien la etiqueta no le queda del todo extraña equivale a suponer que Al filo del mañana es una comedia romántica sólo porque los personajes de Tom Cruise y Emily Blunt se besan en una escena.

El segundo largometraje de Trey Edward Shults confirma todo lo bueno del primero, Krisha (puede verse en Netflix), por el que fue premiado y aplaudido en los circuitos independientes, y elimina lo poco malo que había en esa obra debutante: cierto exhibicionismo de virtuoso de la cámara que por momentos distraía de la tremenda historia que estaba contando.

Viene de noche también es una historia tremenda, pero está contada y filmada de una forma bastante más clásica, en el mejor sentido de la palabra. La base son dos mitos. Uno bíblico, el apocalipsis (en su variante epidemiológica). Y el otro estadounidense (la vida en el bosque, con la ética de la supervivencia como única ley).

Ese argumento que ha engendrado cientos de películas distópicas (La quinta ola, por ejemplo, para mencionar una reciente y popular) es llevado aquí a una máxima síntesis. Se lo condensa hasta el punto de implosión, y lo que se obtiene es drama en estado puro. Un drama en el que los personajes se debaten entre el recelo y la empatía, entre la racionalidad despiadada y la piedad irracional. La violencia vuelve a ser violencia y duele tanto en el cuerpo de quien la padece como en el de quien la inflige.

Paul, su esposa, su hijo y un perro están refugiados en una casa en medio del bosque, acaban de ejecutar y enterrar al abuelo, pero en medio del dolor deben continuar con su estricta rutina, que implica mantener clausuradas puertas y ventanas, salir armados al exterior y tratar de racionar el agua y la comida que poseen. De pronto, en ese mundo cerrado, irrumpe un extraño, que también tiene una esposa y un hijo.

La enorme fuerza conceptual del guion es hacer de esos tres extraños tres semejantes, una especie de espejo viviente que refleja y distorsiona a la vez. El director parece proponer un experimento antropólogico: proyectar dos familias a un imposible o ucrónico estado presocial. Pero como se trata de un principio después del fin, está profundamente marcado por ese mundo en extinción que ninguno de los personajes pueden dejar atrás, porque lo arrastran en su carne y en sus acciones.

Nadie es malo o perverso en Viene de noche, todos son humanos, pero en ciertas situaciones límites ser simplemente humano puede ser mucho más terrible, mucho más trágico, que ser un animal o un demonio.