Viejos

Crítica de Jessica Johanna - El Espectador Avezado

Hubo un tiempo en que el director indio M. Night Shyamalan convenció a Hollywood y al mundo, con un puñado de películas como Sexto Sentido, El Protegido y Señales, de que estábamos ante un director que no había que perder de vista. Si bien esas películas me parecen buenas, lo cierto es que terminó siendo definido más por las vueltas de tuerca del final que por otros aspectos. Sin embargo, después de La Aldea, su cine fue perdiendo poco a poco el interés excepto para quienes aún lo admiran y lo siguen de manera ferviente aun tras varios fracasos de taquilla y películas olvidables, con una especie de resurgimiento gracias a Split y Glass, quizás porque junto a El Protegido crearon su propio universo.
Su última película, la adaptación de una novela gráfica escrita por Pierre Oscar Lévy e ilustrada por Frederik Peeters llamada Sandcastle, fue rodada en plena pandemia y se convirtió rápidamente en un éxito de taquilla en los Estados Unidos. Eso puede hablar de un interés por ver qué historia sorpresiva nos trae ahora pero también de la época en la que nos encontramos: después de mucho tiempo sin cine queremos absorber historias, queremos escaparnos un poco de la realidad que todo el tiempo nos abruma. Y para eso el director esta vez se metió en una temática en la cual también se pensó mucho en esta época tan particular que vivimos: el tiempo.
«Viejos» empieza con una familia típica arribando a un hotel en una zona tropical paradisíaca. Todo se ve demasiado perfecto y con un personal muy atento y amable. Lo que no se encuentra tan bien como aparenta es el matrimonio: les esconden a sus hijos que están por separarse y por eso querían que estas vacaciones fuesen tan especiales. Los dos niños juegan pero también los escuchan discutir por las noches. A la mañana siguiente, mientras arman planes para pasar el día, el dueño del hotel se les acerca y les ofrece una excursión a una playa escondida reservada para sus clientes más especiales. Nada resulta sospechoso y se suben, junto a unos pocos huéspedes más, a una camioneta (manejada por el propio Shyamalan, que siempre se reserva un pequeño papel para sí).
La playa resulta un lugar hermoso y, sobre todo, muy tranquilo. Hasta que no tarda en suceder algo: aparece un cadáver y hay otra persona, un rapero negro, que se convierte en el punto de mira por haber sido el único en estar presente desde antes de que llegaran. A partir de ahí el tiempo se acelera, al principio sin darse cuenta, y luego los personajes sufrirán cambios propios del envejecimiento, cosa que se nota más en los niños que pronto se convierten en adolescentes. En resumen: el tiempo en esa playa avanza tan rápido que si no encuentran la forma de salir -algo que no parece tan sencillo cuando se lo intenta- muchos no van a llegar a pasar la noche; la vida queda reducida a un solo día.
El principal problema que tiene la película es el tono. Shyamalan se toma demasiado en serio una historia llena de momentos absurdos y ridículos. Al no permitirse jugar y querer quedarse en lo solemne y la reflexión obvia sobre la importancia de aprovechar el tiempo (algo en lo que ya de por sí todxs pensamos mucho en esta época), con algunos pequeños momentos de terror y sin muchas sorpresas para quien ya vio el trailer, «Viejos» desaprovecha una premisa al menos llamativa.
También se introduce toda una galería de personajes para que, cuando estalle el conflicto principal, nos preguntemos quiénes son y por qué fueron elegidos, además del para qué, claro. Entre ese abanico de personajes quien quizás se destaca un poco más y mejor es Rufus Sewell, como un doctor que llega con su novia joven (interpretada por la modelo devenida en actriz Abbey Lee), su madre y su pequeña hija.
En cambio, el matrimonio conformado por los actores Vicky Krieps (la protagonista de esa obra maestra de Paul Thomas Anderson, «El Hilo Fantasma») y Gael García Bernal es la prueba de que no importa qué tan talentoso seas, lo que se necesita es un guion que sepa construir tanto trama como personajes. Y la familia protagonista nunca tiene el peso suficiente como para llevar adelante la historia, aunque sí hay que resaltar el casting de diferentes actores que interpretan a los niños en diferentes edades.
Es que si bien es cierto que va en tono con el argumento, todo sucede tan rápido que no da tiempo de nada: ni de conocer ni encariñarse con los personajes, así como tampoco sufrir con ellos. Cada sorpresa rápidamente se da por sentada y pierde el efecto. Y si bien en algún momento todo se intenta justificar aunque sea con trazo grueso, parece ser condición necesaria para adentrarse en el relato dejar de lado toda lógica; a la larga, en esta playa las leyes son otras.
Shyamalan rueda su película de manera cuidada, con planos que muestran sólo lo quiere mostrar y es cierto que algunos son desconcertantes, también utiliza mucho el paneo como para transmitir la idea del paso del tiempo que corre. Sin dudas es mejor director que guionista, sobre todo si se tiene en cuenta que en las primeras líneas de la película ya aparecen las palabras viejo y joven, como para que no queden dudas. Los diálogos, todo un tema aparte.
Se valora la intención de abarcar un miedo universal y más latente que nunca: el de que se nos vaya el tiempo. Salvo por el personaje más superficial, la película no habla del miedo a envejecer en sí, si no al de perder oportunidades, al de no disfrutar lo que tenemos.
De la resolución conviene no hablar mucho porque es un director cuyas películas no parecen resistir un spoiler. Personalmente sólo dejaré sentado que una parte se ve venir por dónde viene, que la última sorpresita se siente apresurada y forzosa, y que hay otros tantos aspectos que quedan en el aire.
En resumen, «Viejos» es una película fallida, apenas entretenida, que podría haber sido muy divertida o mucho más oscura y en lugar de eso se queda en un par de imágenes truculentas, aunque no tengan mucho sentido, y la solemne reflexión sobre lo importante de utilizar bien el tiempo que tenemos en nuestras manos, porque a la larga es sobre lo que menos control tenemos, una idea que ya por sí misma resulta aterradora.