Videocracy

Crítica de Martín Stefanelli - ¡Esto es un bingo!

Culocracia

Parece que la conocida forma de gobierno que popularizó la revista Barcelona no es exclusiva de este país austral y remoto. Ni es un invento de Tinelli o Sofovich. Según el documental de Erik Gandini, la culocracia empezó a ganar terreno en Italia a fines de los ´70 como un pequeño espectáculo televisivo para las clases populares en el que una chica enmascarada bailaba y se sacaba la ropa cuando la respuesta de un participante era correcta. Años más tarde, ya con la televisión color, la culocracia rige sobre toda la península y corona a su máximo fogonero como Primer Ministro de la República. La “Revolución Cultural” ?como se la llama irónicamente en la película ? alimentada por el grupo de medios del empresario Silvio Berlusconi, donde culos, tetas y personajes berretas son los protagonistas, entendió el poder como una relación simbiótica entre la política y el espectáculo. Esa es más o menos la tesis que intenta poner en pantalla Videocracy. Pan y circo, como en las viejas épocas, y nada muy nuevo.

La voz de Gandini, que introduce la película, funciona a modo de comentario y de enlace entre los diferentes registros: imágenes de archivo televisivo, entrevistas a personas que circulan por el mundillo de la fama y seguimientos de personajes extravagantes que pretenden un spot de luz para sí mismos. Hay de todo: una fotógrafa con entrada libre a las fiestas privadas de Berlusconi, un relacionista público amante de Mussolini, un paparazzi que extorsiona a las celebridades con sus fotos indiscretas y Ricky, un wannabe –así figura en los créditos– que ofrece un show en el que mezcla canto y artes marciales. Todos ellos, se dice, forman parte de ese universo que el ahora Primer Ministro imaginó para Italia. Un paraíso a colores lleno de mujeres hermosas, torsos desnudos, risas, amor y dinero.

Pero lo que empieza siendo un intento por derretir el mundo plastificado que Silvio le ofrece a cada italiano en su propia casa se fabrica de su mismo material, y ni siquiera la voz de Gandini, con su tono crítico, puede evitar que la película se vaya convirtiendo en otro lugar de exhibición donde muere lo privado. Videocracy, por suerte, no procura ser un documental concluyente sobre un tema tan amplio que abarca todos los aspectos de una sociedad, desde lo económico hasta lo cultural. Quiere poner a Berlusconi en el centro de toda la cuestión, pero enseguida hace que nos olvidemos de él para prestarle más atención a la galería de personajes que nos presenta.

Por ejemplo, después de seguir a Ricky por los castings, después de ver el show en el que fusiona a Van Damme con Ricky Martin o escucharlo discutir con la mamma sobre su situación sentimental, no se sabe si eso quiere ser un documento sobre los anhelos de la juventud italiana o la prueba de los daños psicológicos que provocan tantos años de ser televidentes. Lo cierto es que Ricky y los demás personajes se vuelven una atracción más del circo, en este caso, de la pantalla grande. ¿Y la figura de Silvio? Está omnipresente, manejando los hilos. Pero como en el teatro de marionetas, no miramos sus manos sino los muñecos que nos presenta. Videocracy no logra que levantemos la vista, en todo caso sirve para repasar algo que ya conocemos, porque para saber qué tan mal está la tele, no hace falta más que prenderla.