Victoria y el sexo

Crítica de Aníbal Perotti - Cinemarama

Caos calmo

La batalla de Solferino, el sorprendente debut Justine Triet, narraba de un modo intenso la lucha caótica por la tenencia de los hijos entre un padre y una madre que acababan de divorciarse, en medio de un caos político generalizado por las controvertidas elecciones de 2012 en Francia. En su segunda película, la directora aborda un género como la comedia romántica manteniendo su mirada aguda y singular sobre la vida moderna. Pero ahora Triet tiene el control del caos y dibuja con paciencia y precisión sus contornos. Victoria y el sexo actualiza el espíritu de la comedia screwball con humor negro, cuerpos exultantes y el agresivo exhibicionismo de las redes sociales. La esfera íntima y las declaraciones públicas se mezclan en situaciones disparatadas con ritmo justo y máxima tensión sexual, sostenidos por una actriz en estado de gracia. Con una comicidad física y verbal asombrosa, Virginie Efira es un astro que irradia un glamour sensual y combina el magnetismo de antaño con una frescura perenne.

Victoria Spick es hermosa, brillante y enérgica. Una mujer de este tiempo que debe tener éxito en su vida familiar, interior y profesional. La protagonista es una abogada que se siente cómoda con el lenguaje y es consciente del dominio de su encanto y su persuasión. Sin embargo, el uso de la palabra es la primera fuente de desacuerdos. Victoria parece estar en un proceso permanente de negociación con su entorno. Para ella, hablar es a menudo fingir, causar una buena impresión, usar señales apropiadas para cierto estatus social. La abogada les recomienda a sus clientes privilegiar los adverbios. El ejercicio retórico forma parte de una temporalidad confusa: Victoria le confía sus problemas profesionales a un amante pasajero y mide la naturaleza de su relación con su niñero/asesor a destiempo. El cruce de temporalidades contradictorias se resume en la proximidad o la lejanía de los amantes. La tardía toma de conciencia de sus verdaderos sentimientos por parte de la protagonista recuerda a la ironía del mejor Woody Allen.

La creatividad fructuosa de la directora se evidencia con el uso del montaje acelerado para representar una pausa en lugar de hacer avanzar la narración. Sin nudo dramático, vemos a la protagonista hacer panqueques a regañadientes con sus hijos y abrazar un aburrimiento cotidiano que le disgusta. La desarticulación del lenguaje y el desmembramiento de la palabra alcanza un clímax delirante en una gran discusión aletargada por la ingesta de sustancias con efectos contradictorios. En lugar del alegato final lleno de coraje de la mayoría de las películas de Hollywood, Victoria y el sexo pone en escena unos testigos insólitos que potencian el absurdo. Lejos de la tragedia, la desesperación sigue el curso tranquilo de la vida, sin grandes eventos creados por el guion para marcar las vueltas de la historia.