Víctor Frankenstein

Crítica de Carlos Schilling - La Voz del Interior

Decepciona: cómo descuartizar un clásico
Todo es explícito y exagerado en la nueva versión cinematográfica del clásico de Mary Shelley.

Lo único más o menos interesante de Victor Frankenstein es visual: la inclusión de gráficos, dibujos y anotaciones sobre las imágenes de algunos cuerpos humanos o animales, como si se tratara de láminas de un manual de anatomía superpuestas a los huesos y órganos reales.

No es un recurso original, pero funciona, y genera una textura que por momentos disimula la impotencia del guionista (Max Landis), el director (Paul McGuigan) y los dos protagonistas (Daniel Radcliffe y James McAvoy) para conservar un mínimo de dignidad frente al clásico de Mary Shelley.

Pese a ser una novela mediocre, Frankenstein o el moderno Prometeo tiene la virtud de mostrar lo que implica infringir el supremo tabú de la ciencia: dar vida a lo que está muerto. Pero hay que tener en cuenta que en ese libro el ser creado con partes de diversos cadáveres no es un símbolo de la inhumanidad o la brutalidad sino una figura melancólica: un monstruo condenado a la soledad.

Una vez más esta versión cinematográfica es un Frankenstein de Frankestein. O sea una criatura armada con fragmentos dispersos de la obra original, para lo cual previamente hubo que matarla y descuartizarla. De modo que no debería sorprender que la historia esté contada desde la perspectiva de Igor, el ayudante jorobado del científico. Un personaje que no existe en la novela y que fue inventado por el cine.

El problema no es la libertad que se conceden los guionistas, el director y los actores sino lo que hacen con esa libertad. Y lo que hacen da un poco de vergüenza ajena. Ya que todo resulta enormemente explícito y exagerado, tanto en los diálogos como en las expresiones y las acciones.

En vez de concentrarse en un conflicto central, el argumento desarrolla dos o tres líneas paralelas, cada una menos creíble que la otra: una trapecista enamorada de Igor, un detective de Scotland Yard (parodia malograda de Sherlock Holmes y el padre Brown) y un joven noble amanerado que quiere capitalizar la proeza científica de Frankenstein.

Pese a que sobran persecuciones, tiroteos, explosiones y peleas, la falta de sentido dramático vuelve insípida la aventura de Igor y Victor. Es que ambos permanecen aplastados en mundo de dos dimensiones, donde parecen siluetas recortadas y pegadas sobre un fondo móvil, y nunca llegan a convertirse en auténticas personas transfiguradas por haber cruzado el límite entre la vida y la muerte.