Vértigo

Crítica de Daniel Núñez - A Sala Llena

¡JULEPE!

Pasarla mal en un cine no es sinónimo de encontrarse con una mala película, pelearse con algún espectador que no pare de hablar o aguantarse las ganas de mear para no perderse un minuto de lo que vemos en pantalla. No. Es la experiencia vivida de un tipo de cine que nos hace pasar por un torbellino de sensaciones y emociones. Es pura pulsión que recorre cada extremidad de nuestro cuerpo reposado en su mejor intento por relajarse y dejar que solo nuestros ojos se ejerciten junto al cerebro. Pasarla mal en cine con películas que nos hacen retorcer el cuerpo en función a las imágenes es además un triunfo de la creencia que deposita el espectador en ellas. El cine, por este tipo de cosas, evangeliza.

Con Vértigo (en inglés, Fall/Caída, título que no genera confusión con aquella obra maestra hitchcockiana y que además entiende mejor la funcionalidad total de la obra) uno la pasa como el culo: nos retorcemos en la butaca, cerramos los puños, apretamos las palmas de las manos sudorosas contra los apoyabrazos en función a las desventuras trepidantes por las que pasan sus protagonistas. Queremos, con ese tipo de reacciones, evadir el miedo y a su vez intentar controlar cada mala sensación que en nuestro organismo despierta.

La película en sí es chiquita: Becky pierde a su pareja en una de sus osadas escaladas en lo alto de un risco mortalmente vertical. Tiempo después, sumida en depresión, es rescatada de ese vacío por Hunter, amiga y compañera de hazañas. Ambas habían perdido contacto luego del trágico incidente, ya que Hunter también vio morir a la pareja de su amiga. Por eso se le ocurre escalar una torre de televisión abandonada en el medio del desierto y que tiene una temible altura de 2000 pies. Con esta hazaña intentarán encontrar un tipo de redención y así poder rehacer sus vidas.

Vértigo es una de esas películas chiquitas pero dueñas de un flujo narrativo que funciona sin mayores pretensiones que las de entretener en buena ley y cuando digo en buena ley es porque claramente es una película que ofrece más que meros sobresaltos. Porque más allá de que las jóvenes quedan a merced de Dios al llegar a la cima de la deplorable torre y que en su intento por descender son sorprendidas por las peores y más aterradoras experiencias, el cometido de la obra es también el de entregar un producto con mayor profundidad que la media en estos tiempos tan convulsionados. En Vértigo la organización de simetrías, símbolos o representaciones están al servicio del relato, lo que expresa con naturalidad su interesante constructo (el recurso del anillo, las lámparas, la escalada hacía lo alto, etc). Ese tipo de decisiones argumentales la dotan de un total compromiso formal sin caer en cliches agotados y que además reutilizan con ritual sapiencia mecanismos interesantes del cine más clásico.

Hay un par de ideas que acentúan rasgos emocionales sin rayar el psicologismo barato que muchas veces alberga un tipo de cine pretencioso y dañino. Acá la muerte conectada a la caída, al vacío, es también una forma de abarcar el nihilismo al que se expone la protagonista una vez que su pareja, Dan, pierde la vida. Dan cae (no voy a spoilear pero recordemos que lo bajo, lo que desciende, es también lo que va hacía el infierno) y Becky necesita ascender, tocar el cielo con las manos, es decir, tocar lo sagrado y recuperar su vida. Como símbolo del pasado tenemos las cenizas de Dan que las jóvenes suben para esparcir en lo alto y darle un cierre poético a lo que queda del joven. Cuando el relato se vuelve más oscuro al revelar ciertas cuestiones es interesante como la torre ejerce de línea divisoria entre Becky y Hunter (rubia y morocha) acentuado que en su puesta en escena hay más de lo que aparenta ayudando en el contexto narrativo sin verse forzado. La torre, además, es una especie de espacio sacro al que se le debe respetar no solo por su colosal tamaño, sino además por su simbólica vertical: las señales de peligro, incluyendo un cartel que les aclara una estadía al infierno, son claros ejemplos de que la construcción es sencilla pero clara y lo que es mejor, nada vaga. Todo ayuda en este tipo de relato. Hasta las alusiones a los buitres que rondan la zona en busca de carroña. Pero más allá de sus funciones esotéricas, es una película que se la sufre, se la siente, se la abraza. ¡El julepe que puede despertar es endemoniadamente irresistible y divertido!

Lo peor de Vértigo es una innecesaria vuelta de tuerca que puede sorprender a algún que otro espectador, pero que sobrecarga el ya justo y bien definido arco dramático. Esta cuestión nos aísla bastante del clima y nos desconecta con ese relato pequeño pero valiente y fuerte que veníamos viendo. Una lástima.