Venom

Crítica de Paula Vazquez Prieto - La Nación

La nueva apuesta de Marvel sigue esa línea relajada y autoconsciente que ensayaron con éxito las dos Deadpool y Thor: Ragnarok, haciendo de su parásito extraterrestre un simpático antihéroe que salva vidas y destinos por enconos y amores personales, antes que por deberes globales. La dinámica que consigue Tom Hardy en sus escenas en solitario es lo más logrado de la película, mucho más que el despliegue de acciones espectaculares o justificaciones de guion un tanto forzadas. El inglés recupera esa tensión corporal que había explotado en Mad Max: furia en el camino -incluso algo de aquella máscara-, siempre sudando el deber ser de un héroe al que todos necesitan menos él.

Emancipada de la tutela de Spider Man, Venom consigue una identidad en tanto asume como propio el juego que plantea: el encuentro de dos parias que en su improvisada simbiosis alcanzan cierta distinción.

Ruben Fleischer ( Tierra de zombies) impregna su puesta en escena de ese aire anodino que recubre a una San Francisco sin brillo y consigue que su villano tenga más de niño rico y caprichoso que de científico loco. Sin embargo, nunca encuentra el tono justo que requiere la comedia negra: mucho estómago para soportar chistes incómodos y mucho nervio para adherirlos al relato en el lugar justo.

Venom tiene pocos gags, y muchos de ellos resultan tibios para un personaje cuya apariencia es un atentado radical contra toda mesura.