Venganza implacable

Crítica de Ezequiel Boetti - Página 12

"Venganza implacable", un Liam Neeson inexplicable.

En su "segunda vida" como actor de acción, el irlandés protagoniza una película con una trama que lo ubica más bien al borde del ridículo.

Liam Neeson encontró un segundo aire como actor con Búsqueda implacable (2008). El sorprendente éxito comercial, sumado al aplomo del irlandés de voz rasposa, le permitió dejar atrás una faceta asociada al prestigio, con Oscars incluidos, para convertirse en el que quizás sea el héroe del cine de acción más inesperado en lo que va del siglo XXI, un arquetipo que desde entonces ha explotado, con mejor o peor suerte, en al menos una decena de películas. Entre ellas hay algunas buenísimas (Una noche para sobrevivir) otras buenas (la mencionada Búsqueda implacable) y algunas que dejan bastante que desear (Caminando entre tumbas), en tanto se percibe una replicación desganada de los mismos tópicos de siempre. 

A estas alturas, Neeson constituye un personaje en sí mismo, alguien que va saltando de proyecto en proyecto poniéndose en la piel de un tipo acostumbrado a trompearse en los bajos fondos al que la culpa le insufla el deseo de hacer las cosas bien, pero las circunstancias lo llevan a embarrarse de nuevo. Una idea que Venganza implacable –no es una película de Neeson si no está palabra “implacable” en el título local– lleva al extremo del ridículo.

En Búsqueda implacable era un agente jubilado de la CIA al que le secuestraban a su hija, obligándolo a recorrer media Europa para liquidar una organización dedicada al tráfico de mujeres. En Una noche para sobrevivir, un sicario perseguido por los pecados del pasado que debía remendar un error de su hijo, quien no tuvo que matar al hijo del capo de la mafia local. En Non-Stop: sin escalas, un agente federal que, viajando en un avión, empieza a recibir mensajes con amenazas sobre la seguridad de los pasajeros. Venganza implacable hace de Neeson un ladrón de buen corazón, llamado Tom Carter, que ha dedicado varias décadas a robar bancos, siempre sin disparar un tiro y entrando y saliendo sin que nadie lo note. Pero no gastó ni un dólar de los nueve millones que robó, porque su motivación es saldar viejas cuentas con el pasado familiar. Hasta que un día, este ladrón honesto del título original se enamora.

Tanto se enamora, que no solo piensa en un retiro sino en entregarse a la policía para pagar su condena. Porque sus personajes podrán ser buenos o malos, ladrones, médicos, corredores de bolsa o policías, pero tienen un norte ético inquebrantable. El problema es en el que el FBI no todos comparten ese norte. Cuando llama para negociar su entrega y la del botín, nadie cree que ese hombre sea el ladrón. Hasta que da la ubicación de una baulera donde descansan tres millones de dólares, algo que los agentes a cargo de la pesquisa negarán a sus superiores para dividirlo entre ellos. 

Y entonces ocurre la magia: Carter termina aliándose al jefe del FBI para ayudar a detener a sus propios agentes. Cuesta creer lo que narra Venganza implacable, en parte por el absurdo de su propuesta, pero también porque todos los personajes están delineados con el trazo más grueso y esquemático del género, como si fuera un remedo tardío de aquel cine policial de los ’90 donde la basura estaba dentro de las instituciones y no en quienes supuestamente son villanos. Neeson: el villano más bueno del mundo.