Veloz como el viento

Crítica de Roger Koza - Con los ojos abiertos

La tercera película de Matteo Rovere empieza con una cita que puede ser leída literal o simbólicamente: “Si todo está bajo control, no vas lo suficientemente rápido”. Ningún misterio hermenéutico: no se trata de un aforismo zen, tampoco de una célebre sentencia filosófica, solamente sintetiza la experiencia de un piloto consagrado, Mario Andretti, que sirve de introducción para la vida de otro, apenas retratado en este filme: el prometedor y malogrado piloto de rally Carlo Capone. ¿Es entonces un biopic? El protagonista no se llama Capone, sino Loris De Martino, distancia suficiente para despegar al personaje del piloto. En el filme, es adicto y sobrevive en un tráiler en el que vive con su novia. Alguna vez fue una gloria automovilística, y un breve sueño sugiere la razón de su decadencia. Su hermana Giulia, mucho más joven y a la que no ve desde hace diez años, también es piloto. La muerte del padre los reúne y, debido a una hipoteca de la casa en la que viven Giulia y otro hermano más pequeño, ella debe ganar el campeonato de la temporada para solventar la deuda. Loris entrenará entonces a su hermana. Los datos iniciales pueden remitir a Rush, la extraordinaria película de Ron Howard sobre la relación entre James Hunt y Niki Lauda; Veloz como el viento comparte la pasión por las carreras y el cariño por sus personajes, pero es un remedo de aquella. Los lazos afectivos y las situaciones dramáticas no despegan nunca del estereotipo; se evita la caricatura pero nunca se arriba a lo singular de sus criaturas, incluso cuando el diligente Stefano Accorsi trata de hallar un balance sincero entre la atonía del adicto y la pasión del sepultado deportista que alguna vez fue. La velocidad es en verdad el protagonista detectable del filme. Los intentos de Rovere para filmar la relación del espacio con la aceleración de un automóvil no superan en general los registros viscerales de las transmisiones televisivas en la era digital. Sin embargo, la película cuenta con una persecución en las calles en la que Rovere va lo suficientemente rápido para simular descontrol y así dejar un par de secuencias propias de una posible promesa del cine de acción.