Veloz como el viento

Crítica de Juan Pablo Russo - EscribiendoCine

No es sólo otra película sobre autos

Una joven campeona del automovilismo y una vieja gloria caída en desgracia, la adrenalina de las carreras a 300 km/h y una familia destrozada son los protagonistas de Veloz como el viento (Veloce come il vento, 2016), donde Matteo Rovere mezcla la acción con el sentimiento, sumergiendo al espectador en el mundo del automovilismo, con sus preparativos, sus entrenamientos y su pasión visceral y tratando temas como la supervivencia, el orgullo, el rescate y los imprescindibles vínculos de sangre.

Pelo largo y sucio, rostro escarbado, mirada perdida y dientes amarillos. En estos paños inéditos de drogadicto abandonado se nos presenta Stefano Accorsi. Un Stefano Accorsi que uno no se espera, con pronunciado acento emiliano (el de sus orígenes) y con la pipa de crack en la mano, constituye el alma de una obra igualmente insólita en el panorama cinematográfico italiano de los últimos tiempos.

Imola, cerca de Bolonia (Italia). Giulia De Martino (Matilda De Angelis), de 17 años de edad y 49 kilos de nervio y abnegación, lleva sobre sus hombros todo el peso de la familia o de lo que queda de ella. Su madre se ha marchado y, al morir el padre, tuvo que ocuparse de su hermano pequeño (Giulio Pugnaghi), que no se ríe nunca, así como de la oficina de la familia, que desde varias generaciones se encarga de forjar campeones de rally. Asfixiada por las deudas, Giulia, una joven promesa del automovilismo ella misma, además, debe ganar a toda costa el campeonato de GT para salvar la casa en que vive. Para ello, tendrá que formar equipo, muy a su pesar, con su hermano Loris (Stefano Accorsi), antiguo piloto de confianza nula en estos momentos porque ha caído en la espiral de las drogas pero que, aún así, goza de un indiscutible talento y un olfato por los motores que podrían ayudar a la joven campeona a remontar el vuelo.

Veloz como el viento se inspira en una historia real y reúne en la pantalla talento y degradación, competición y amor tóxico (el que une a Loris y Annarella, a quien da vida Roberta Mattei), precisión y realismo. Las escenas en pista, rodadas sin atrezzo ni efectos especiales, tienen poco que envidiar a las de las grandes producciones internacionales. Una vez más, el modo italiano de enfrentarse al género aparece impregnado de sentimientos y de humanidad, con una acción asentada en unos personajes borrosos y frágiles y sostenida por la desesperación.

Lo nuevo de Matteo Rovere, producido por él mismo, es otra de las agradables sorpresas y muestras de una nueva ola de autores de lo más prometedor en el cine italiano, y con una interpretación de Stefano Accorsi que, sin duda, no será olvidada.