Varda por Agnès

Crítica de Eduardo Elechiguerra Rodríguez - A Sala Llena

Hay una gran diferencia entre pedagogía y didactismo que Agnès Varda resuelve con mucha gracia cuando se trata de hablar de su obra. Gran prueba de esto es la primera toma del documental que finaliza su filmografía. Varda por Agnès abre con un plano general de la realizadora sentada a espaldas de la cámara, pero de cara a su público, quien también aparece en escena. Lo común sería una primera imagen de su rostro benévolo, con esa mirada donde picardía y sabiduría se conjugan tiernamente. Pues no, ella está entregada a sus oyentes y, para un momento posterior, a nosotros también si ubicamos su color de cabello distintivo.

Ahora, detengámonos en la pedagogía para efectos de esta obra. Se trata de una ciencia que se ampara en procesos, estrategias, métodos y técnicas de educación y enseñanza teniendo como referencia lo que es beneficioso para la sociedad en pos de la formación de un ciudadano*. Es importante destacar los límites borrosos y venidos a menos entre un pedagogo, un pedante y un didacta. Si caigo en la pedantería de referir una definición, es para ejemplificar que Agnès se distancia de esta postura. La muestra de su obra en medio de una charla resulta egótica en principio, demasiada exposición de sí, pero la realizadora mantiene la humildad llamando al escenario y dialogando con sus colaboradoras. Junto a Sandrine Bonnaire o Nurith Aviv, Agnès nos habla con goce de los privilegios que alcanzó en sus películas y de las frustraciones frente a su propia dureza.

Pero tampoco es ésta una masterclass para cinéfilos o estudiantes de cine. Si no, ¿cómo se explican las inquietudes recurrentes con respecto a su vida personal? En su discurso y en la edición de la obra, la directora tiende puentes entre el feminismo, el cuidado por el medioambiente, el amor, el embarazo y la muerte con la gracia de imágenes hiladas por tres palabras: “inspiración, creación y compartir”. Con su mirada, desnuda las técnicas de filmación de algunas de sus obras, como por ejemplo los movimientos de cámara que usó para grabar a Sandrine Bonnaire. Y también muestra proyectos ambiciosos como instalaciones donde la imagen se multiplica en trípticos visuales o en estructuras donde el celuloide se trasluce para componer panoramas “interactivos”. Y desde su perspectiva, tampoco está la altanería de quien pretende conocer más. Agnès, una de las autoras célebres de la Nouvelle Vague, sabe exponer su propia curiosidad por la experimentación sin mostrarse amateur y reconoce sus influencias, como la mención a Gastón Bachelard y la presencia de los cuatro elementos en la obra de ambos.

Una coincidencia para nada aleatoria sino significativa es cuánto se nos muestra a Agnès caminando durante el documental, por ejemplo: en sus videos de los noventa y principios de los dos mil como camarógrafa, en su diálogo con el equipo en las filmaciones o sus paseos por las playas. El contraste con la charla de la que parte la película es visible: en gran proporción está sentada durante esas escenas. Más allá de la edad (sobrepasaba los ochenta y cinco en estas conferencias), es inevitable no volver a la etimología de la pedantería: un esclavo que camina junto a un niño para enseñarle algo apelando a la autoridad con gestos denigrantes**. Entonces, en su origen el pedante es un charlatán caminando. Ahora, si trasladamos esto a la realizadora de clásicos como Cléo de 5 a 7, La felicidad y Los espigadores y la espigadora; su caminar y su gestualidad tienden a la ternura, al humor, a la complicidad y al autoconocimiento sin lecciones. Si concedemos por un instante que como espectadores somos niños frente a ella, se nos presenta como una abuela con quien las imágenes nos consienten, nunca para empalagarnos, sino para recordar el carácter juguetón de todo instrumento.

Y sí, sería terco negar que para quien haya estudiado, seguido su obra de cerca o haya ido a alguna de sus charlas, la película pueda ser reiterativa y, este adjetivo que tanto empleamos para delatar nuestra propia indiferencia, aburrida. Pero para quienes no interactuamos con ella o siquiera vivimos sus estrenos desde la “conciencia de la adultez” (¡qué paradoja!), esta obra es una despedida generosa a una artista. Es el cierre de su filmografía con la imagen de una playa solitaria, soleada y venteada, metáfora de una creadora gozosa que ya no podrá caminar sobre la arena. Hemos asistido, todo esto sin darnos cuenta, a una pedagogía de la imagen apenas auto-engañados por la ternura.