Van Gogh: en la puerta de la eternidad

Crítica de Nicolás Ponisio - Las 1001 Películas

Pintando una vida.

Centrado en la vida del pintor del post-impresionismo Vincent Van Gogh (Willem Dafoe), el nuevo film de Julian Schnabel, director de Basquiat y La escafandra y la mariposa (entre otros), opta por narrar exclusivamente a través de la visión del artista. De esta manera, el realizador norteamericano transmite al espectador los sentimientos e inquietudes que el pintor trabaja desde su arte, depositando a la cámara como el punto subjetivo por medio del cual busca —y logra— acercarse y entender al artista en cuestión.

Si bien el film no deja de ser una biopic más, lo interesante del mismo y lo que hace que se diferencie del resto, es la manera en que opta por narrar las vivencias y la locura del artista plástico. Por un lado, gracias al mencionado uso del punto de vista subjetivo, con el cual se aprecian tanto las inspiraciones que dan forma y color a sus cuadros como también el virado de tonos azules, el cual refuerza sus períodos de depresión e inestabilidad mental y emocional. Por el otro, los movimientos bruscos, al relacionarse con el mundo de ciudad o la nublada visión, dan cuenta de sus estados alterados que paulatinamente van cobrando mayor lugar en el campo cinematográfico como en la mente de un Van Gogh que pierde el juicio rodeado de belleza —la misma a la que acude el director para contar su historia.

Schnabel construye la vida del artista dando lugar a la introspección y al proceso creativo con grandes silencios y momentos de reflexión con la mirada del protagonista embriagado por la belleza sin igual de la naturaleza, la cual se presenta como la vida misma siendo la fuente de su inspiración. La relación de pintor y naturaleza es el centro del film, ya que el director se ve interesado en la comunión que se forma entre la exploración artística y los paisajes del sur de Francia que estimulan la visión de Van Gogh. A la vez, ello lo somete a la locura nacida de la incomprensión de aquellos que no ven de la misma forma que él —o que mucho menos logran comprenderlo.

La relación de Van Gogh con su hermano Theo (Rupert Friend) y especialmente la fuerte amistad con su colega Paul Gauguin (Oscar Isaac), y razón del famoso corte de oreja, le brindan contexto y mayor profundidad a la creación y el pesar del protagonista. Es a través de las interacciones con cada uno de los personajes que se puede apreciar la soledad que asolaba al personaje y que le supo dar tanto inspiración como incomprensión por el público en general como también por sus seres más queridos y cercanos. Haciendo uso de dichas interacciones, las mismas son siempre remarcadas y trabajadas con una belleza estética como elemento que subraya los diferentes estados y pasajes de la vida del artista, preponderando al igual que en su arte los tonos azules o amarillos, dependiendo de los sentimientos que el film escoge retratar.

Así, el último trabajo de Julian Schnabel logra destacarse gracias a los recursos estéticos que brinda, para indagar acerca del genio artístico de un pintor que, adelantado a su época, creó obras para un público que no le era contemporáneo, sino que llegaría mucho tiempo después. Ese público es el que ahora puede seguir disfrutando de su arte en la forma de un film que habla sobre el hombre y su obra, y lo hace inspirado en el trabajo del pintor holandés. De esta manera, la obra de Van Gogh logra ser eterna e incluso transformarse en otra expresión de arte como lo es el cine.