Valerian y la ciudad de los mil planetas

Crítica de Francisco Nieto - CineFreaks

Una maravilla visual con un lamentable guion

El último trabajo de Luc Besson para la gran pantalla se trata de una obra abrumadora que sorprende al principio pero que de manera paulatina se va convirtiendo en algo muy pesado y difícil de masticar. Nadie va a dudar de que nos hallamos ante un gran espectáculo visual que derrocha energía e imaginación en cada fotograma. Los fans de Star Wars, saga galáctica por excelencia, se lo pasarán bomba viendo la cantidad de criaturas de distintas razas y formas que nos recuerdan y de qué manera a la mítica escena de la Cantina de Mos Eisley en la seminal La Guerra de las Galaxias (algunos críticos han definido el film como una copia mala del universo Lucas). En ese aspecto la secuencia que abre la película está muy lograda, con multitud de saludos multiétnicos, sazonados con un punto de socarronería y “mala baba”.

Pero a medida que avanzamos en la acción, y solo en la acción, porque detrás de piruetas, persecuciones, batallas a espacio abierto y demás acrobacias espacio-temporales tan sólo existe el vacío de una historia que no interesa absolutamente a nadie, nos topamos con el vacío más absoluto. Es como si la nave dirigida por Besson se fuera adentrando en una especie de agujero negro que absorbiera cualquier signo de vida inteligente. Y es que una narrativa visual convincente tan sólo es la mitad de la experiencia cinematográfica, necesitada de una historia comprensible y bien hilvanada.

La pareja protagonista, los emergentes Dane DeHaan (Life, La cura del bienestar) y Cara Delevingne (Ciudades de papel, Escuadrón suicida) no tienen capacidad de lucimiento actoral alguno ante un guion tan tosco como desaprovechado. La química sexual que se pretende entre ambos en ningún instante alcanza apogeo alguno, resumiéndose en algún que otro escarceo de ahora te beso ahora no y en la socorrida pregunta “¿te quieres casar conmigo?” que no encontrará respuesta hasta la antesala de los créditos finales. Por cierto que quien firma tan insignificante libreto es el propio realizador del film, basándose en una serie de cómics de ciencia ficción creada por el guionista Pierre Christin, el dibujante Jean-Claude Mézières y la colorista Évelyne Tranlé.

La trama nos sitúa en el siglo XXVIII, donde Valerian y Laureline son un equipo de agentes espaciales encargados de mantener el orden en todos los territorios humanos. Bajo la asignación del Ministro de Defensa, se embarcan en una misión hacia la asombrosa ciudad de Alpha, una metrópolis en constante expansión, donde especies de todo el universo han convergido durante siglos para compartir conocimientos, inteligencia y culturas. Pero hay un misterio en el centro de Alpha, una fuerza oscura amenaza la paz en la Ciudad de los Mil Planetas. Valerian y Laureline deben luchar para identificar la amenaza y salvaguardar el futuro, no sólo el de Alpha, sino el del universo.

Uno de los pocos alicientes que pueden acaparar el interés del espectador radica en ir descubriendo los innumerables cameos y personajes secundarios interpretados por famosos que se van asomando por la pantalla. Citaremos algunos: un desmelenado Ethan Hawke que se pone en la piel de un proxeneta que tiene en su nómina nada más y nada menos que a Rihanna, una stripper humanoide que aquí se marca un bailecito mientras va cambiando de atuendo a velocidad del rayo que es pura contorsión digna de atención; un avejentado Clive Owen, quien todo el rato pone cara de estar aburriéndose como una ostra; un hierático Rutger Hauer que aparece apenas se alza el telón y la voz de John Goodman al intentar insuflar algo de vida a un bicho digitalizado (Igon Siruss), con un parecido más que razonable con Jabba The Hutt.

El final es apoteósico. Diálogos mínimos y festival de fuegos artificiales para que uno salga del cine con la sensación de haber asistido a una experiencia “bigger than life”. Nada más lejos de la realidad. Los hallazgos visuales deslumbran, el alto presupuesto manejado se ve ampliamente justificado en un diseño de producción y una puesta en escena apabullantes. Pero el conjunto chirría ante la falta de empaque originada por la obsesión de concentrar demasiados referentes evidentes y no centrarse en la esencia del cómic en que se basa, una auténtica obra de culto que, por desgracia, aquí sólo funciona como elemento inspirador en lugar de haber sido utilizada como vademécum. Una oportunidad perdida para una producción que podría haber resultado algo especial, pero que se queda a mitad de camino.