Vacaciones

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

Una road movie donde todo está al revés

Enésima vuelta de tuerca de un éxito que en los ’80 parió varias secuelas, el esquema corría el riesgo de resultar demasiado preanunciado, pero sucede que cada parada del viaje está salpimentada con los mejores condimentos. 

En tren de rascar el fondo del tarro, a los ejecutivos de Warner se les ocurrió volver sobre ciertas Vacaciones de Chevy Chase, con guión de John Hughes y dirección de Harold Ramis (National Lampoon’s Vacation, 1983). De ese mismo tarro habían rascado ya durante más de diez años y varias secuelas. Ahora, tres décadas más tarde, recurren a uno de los trucos más viejos del negocio: el del hijo (hubo hijos de Robin Hood, de Drácula, de Frankenstein, de Godzilla ¡y hasta de The Blob!). El hijo de Chevy Chase se vino grande, tiene su propia familia y, como su padre, quiere unas vacaciones que sirvan para rescatar a los suyos de la repetición, el tedio, esa disfuncionalidad llamada normalidad. La cosa sonaba a repetición de lo de por sí no demasiado virtuoso. Pero hete aquí que –por aquello de que el cine es, a veces, una dinámica de lo impensado– estas nuevas Vacaciones salieron buenas. Muy buenas, de a ratos.Los codirectores y coguionistas, John Francis Daley y Jonathan Goldstein, saben dos cosas básicas. Una es, obvio, hacer reír. La otra es hacer del origen de la risa el desfase. Lo que está fuera de lugar, el desajuste. Película de personajes y situaciones, pero sobre todo de gags, Vacaciones empieza con tres al hilo, todos ellos buenos. En el primero, Rusty Griswold, aquel hijo en cuestión (Ed Helms, el dentista de ¿Qué pasó ayer?) deja por un momento la cabina de avión en manos de su veterano copiloto. “Quería agradecerte lo que hiciste por mí”, le dice éste, “cuando testimoniaste que no estoy viejo para mi puesto”. “Ah, de nada”. “¡Ah!”, vuelve a la carga el otro. “Quería agradecerte lo que hiciste por mí, cuando testimoniaste que no estoy viejo para mi puesto”. Rusty sale de la cabina, se encuentra con la mirada admirada de un chico que viaja con sus padres, se acerca al grupo para cumplir con su papel de héroe popular y tres turbulencias sucesivas le provocan caídas que incluyen apretón de tetas de la señora y cabeza hundida en regazo del nene. Cuando llega al aeropuerto y pretende tomar un transfer, el piloto de una línea aérea internacional (Rusty es de una de cabotaje) hace valer su jerarquía, subiendo con dos azafatas, fascinadas con sus relatos picantes, y dejándolo de a pie.Ese trío de gags no sólo opera sobre situaciones de incomodidad y desubicación, sino que sirve para introducir al loser protagónico. Con el que la película tiene la delicadeza de no encarnizarse, otro mérito considerable. “Este loser es como vos o como yo”, es la idea básica. En una serie de fotos familiares (diez años seguidos yendo al mismo lugar), Rusty repara una noche en la expresión en ellas de su esposa Debbie (Christina Applegate, la que hacía “el papel de Luisana Lopilato” en Casados con hijos yanqui). De la indiferencia a la depresión, con varias paradas en el embole. Rusty decide dos cosas. La primera es cambiar de destino vacacional para dirigirse a Walley World, un parque temático como cualquier otro. El mismo a donde treinta y pico de años atrás habían rumbeado con papá Chevy, ubicado a... 4 mil kilómetros de casa.La segunda decisión es alquilar una combi albanesa, entre cuyos adelantos técnicos de última generación se cuentan espejos retrovisores para los asientos de atrás, un par de enchufes para darle alimentación eléctrica y un control remoto que incluye una esvástica entre sus iconos. Los hijos obedecen con resignación, el más chico esperanzado en seguir buleando salvajemente al más grande (una de sus bromas consiste en dejarlo sin respiración gracias a una bolsita de nylon). Mamá, ilusionada con alguna variante de sexo que le devuelva algo de electricidad. Episódica como toda road movie, Vacaciones se sustenta en el mismo principio de la original: todo lo que puede salir mal, saldrá peor. Con la ventaja de que Ed Helms es un comediante menos gesticulante, más interno que Chevy Chase.El esquema correría riesgo de resultar demasiado preanunciado, si no fuera que cada parada del viaje está salpimentada con los mejores condimentos. Desde el camión que los persigue a la manera de Reto a muerte, de Spielberg, hasta el genial cuñado falocéntrico de Chris Hemsworth. Pasando por un florilegio de desubicaciones paternas, dignas del Bakshi de Peter Sellers en La fiesta inolvidable, y el extraordinario guía suicida del Cañón del Colorado. Todo a bordo de la combi albanesa, suerte de auto-Bond al revés. Al revés: si hubiera que definir en una sola fórmula el espíritu de una buena comedia, esa debería ser la fórmula.