Uno

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

Sencillo relato con un malo de antología

Luciano Cáceres, el pelo oscurecido y cuchillo al cinto, protagoniza este relato de esquema clásico, enfrentado a un malo de antología: Carlos Belloso, también de cuchillo al cinto pero dueño del terreno y sabedor de las leyes de juego que él mismo impone. La historia transcurre en un pueblo de campo, pero los protagonistas no son gente de campo. Uno es arquitecto, caído ahí de casualidad. El otro, ya veremos qué es.

La cosa tiene un prólogo. Pendiente de una mujer, el hombre se privó de atender a otra. Eso le ha quedado en la cabeza, aunque sigue pendiente de aquella ingrata. La cuestión es que, sin querer, llega a un pueblo desconocido y también sin querer se hace cargo de una linda huerfanita, heredera de una propiedad abandonada que reclama el dueño del pueblo. ¿Suena como un western? Solo que no hay caballos, y la linda huerfanita es una preadolescente con un mambo bastante serio en la cabeza. La maestra, el cura y el vecino también parecen medio raros. Ni hablar del referido dueño ni de «la chica del bar», hermana gemela de la maestra, ambas a cargo de Silvina Bosco, siempre tentadora.

En suma, el forastero no está en su elemento. Y el malo se le aparece iluminado tal como en las películas de antes, cargoso, moqueando (esos grandes aportes de Belloso), y le propone borgianamente «una muerte muy honrosa, a cuchillo. Morir con honor en estos tiempos sería un privilegio». Y el ómnibus de regreso a la civilización ya pasó, se perdió, lo dejó de a pie.

También pasan otras cosas, por supuesto, antes que ocurra lo que tiene que ocurrir, y que remata con una línea inesperadamente graciosa, reveladora del espíritu lúdico del autor. No todo lo que pasa lleva el ritmo ideal, es cierto, pero la película es breve, sencilla y afable. La primera de ficción de Dieguillo Fernández, que después codirigió «Puerta de Hierro» con Víctor Laplace, premio adquisición de Movie City en Mar del Plata, y antes hizo con Juanca Andrade un buen documental carcelario, «No ser Dios y cuidarlos», y antes aún, con Diego Sabanés, un corto memorable: «¡Ratas!». Rodaje en Santa Isabel, Pontevedra y Uribelarrea, justo en la misma vereda de la iglesia donde Leonardo Favio rodó la fiesta de «Juan Moreira» que deriva en tiroteo, donde achuran a un tipo en una muerte, la verdad, muy poco honrosa. Pero ésa es otra historia.