Uno

Crítica de Pablo Raimondi - Clarín

Misterio que empalaga

Un teléfono que se descompone, una llamada perdida y una mujer que no se puede olvidar. Tres momentos de Sebastián Oviedo (Luciano Cáceres), un arquitecto en crisis con su pareja, que lo motorizan a viajar al interior. Pero queda varado en un pueblo sombrío, con personajes que parecen inanimados. Y está Ella, Mariela (Camila Fiardi Mazza), una niña huérfana, muy creyente y con mantras apocalípticos. Su estampa fantasmal (un recurso recurrente en el filme) lo acecha, piensa que Oviedo es un enviado de Dios por el que estuvo rezando. Y lo transforma, le cambia la identidad diciendo que es su tío y vino a hacerse cargo de ella.

Uno fuerza el suspenso con lugares comunes: taconeo a oscuras en un piso de madera, una recepcionista con un don profético, muebles de una posada abandonada tapados con sábanas blancas... Del otro lado del cuadrilátero aparece Hernán Barrera (Carlos Belloso, lo mejor), quien con su mirada penetrante intimida al estático arquitecto. El busca adueñarse de una hostería familiar, heredada por Mariela, y asedia a Sebastián. Una tenaza argumentativa que asfixia, no avanza, donde el filme se pierde en un laberinto de enigmas de pueblo chico e infierno grande.

El plano de las moscas muertas atrapadas en una telaraña, reflejan la médula espinal del filme donde el encadenamiento de mentiras toma protagonismo. Por esas aguas navega Oviedo, presa de la niña que lo atrapa con sus caprichos y busca seducirlo desde su despertar sexual. Bajo una estela de traiciones, el pueblo teje una trama que paraliza al protagonista, sus movimientos no parecen naturales sino digitados símil autómata bajo designios ajenos. Un títere de las circunstancias donde las mentiras crecen y arrastran a la película hacia el filo del misterio, que empalaga como la miel.