Uno mismo

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

Resultado dispar

Hay una búsqueda estilística interesante, pero el resultado no termina de ser eficaz.

Uno mismo es la clásica comedia romántica de chico-conoce-a-chica, con la obligada secuencia flechazo/idilio/crisis/¿reconciliación? como eje. Pero el director, Gabriel Arregui, emprende una arriesgada búsqueda para diferenciarla, tanto en la forma como en el contenido, de historias ya vistas mil y una veces. El intento es loable; el resultado, dispar.

El punto de vista es casi exclusivamente el del personaje masculino: la película está muy apoyada en el Chino Darín, una responsabilidad quizá demasiado grande a esta altura de su prometedora carrera. Es un joven de clase media baja de Quilmes, huérfano, que vive en la modesta casa heredada, sobrevive mostrando carteles de publicidad en los semáforos y se alimenta a base de salchichas con puré. Fanático del cervecero, el fútbol tiene un gran protagonismo en su vida. Una vida que, pese a lo descripto, no parece para nada infeliz. Y menos cuando en un bar encuentra al que parece el amor de su vida.

Con pretensión universalista, él es simplemente Uno y ella, Una (María Dupláa, sobrina de Nancy), una manera de decir que ellos pueden ser cualquiera de nosotros. Un chiste que se mantiene a lo largo de toda la película, a costa de que por momentos los diálogos suenen forzados. De todos modos, entre ellos, como en casi toda pareja que recién empieza, hay más sexo que charla: al Chino, parece, siempre le toca pasar por la cama, aunque en este caso en escenas bastante recatadas y sin tomas busca-rating como la de la ducha en Historia de un clan.

Para completar el retrato del mundo interior -onírico y mental- de Uno, Arregui apela a animaciones que en algunos casos resultan simpáticas y funcionales al relato, y en otros, superfluas y distractivas, vacuos fuegos artificiales. Que, en definitiva, es lo mismo que le pasa a la película, una suma de buenas intenciones que no terminan de cuajar.