Unidos

Crítica de Ezequiel Boetti - Página 12

"Unidos", un Pixar sin brújula

La nueva película del estudio de la lámpara saltarina está lejos de los niveles de creatividad que supo exhibir el estudio, ahora abducido por los estándares sentimentales de Disney.

La secuencia introductoria de Unidosmuestra un pasado repleto de magia y fantasía, un mundo poblado por hadas, elfos y dragones en libertad que se contrapone a un presente en el que aquellas criaturas olvidaron su carácter mitológico para convertirse en seres integrados al escenario urbano y tecnológico. Más allá del efecto cómico que puede generar ver a unos unicornios peleando por los restos de comida de un tacho de basura como perros callejeros, o que un pequeño dragón haga las veces de mascota, no hay demasiada sutileza a la hora de trazar los contornos de ese juego de espejos entre ambas temporalidades. Tampoco habrá sutileza en todo lo que sigue. Hace un buen tiempo que Pixar anda con la brújula desimantada, como si la sobreexplotación de secuelas de los últimos años hubiera adormecido la capacidad creativa de uno de los estudios más importantes de la historia del cine. En ese sentido, un punto a favor es la apuesta por la creación de un universo propio y nuevos personajes, algo que dice menos sobre la película en sí que sobre el estado de una industria muy cómoda en sus tópicos habituales.

El segundo largometraje como director del animador Dan Scanlon luego de Monsters Universitypropone un relato que, como Coco, aborda el peso de las tradiciones y cómo ellas muchas veces chocan con los mandatos modernos, celebrando de paso los valores de la familia, en lo que es el primer tópico que hace de Unidos la película de Pixar con más espíritu Disney desde Un gran dinosaurio. Aquí hay una familia de elfos incompleta, en tanto papá murió hace años y desde entonces solo quedan mamá y dos hijos adolescentes, a los que luego se sumó un centauro policía como padrastro. El menor se llama Ian, está a punto de cumplir 16, es dueño de una timidez galopante y no llegó a conocer al padre, cosa que sí hizo Barley, el mayor. Antes de morir dejó instrucciones para que, una vez que los dos hayan soplado las 16 velitas, la madre les dé un regalo que junta polvo en el altillo. Ese regalo es un bastón, un diamante y una serie de instrucciones para, magia mediante, traer nuevamente a papá durante un día. El vacío de la ausencia, entonces, como motor narrativo: segunda marca Disney.

Barley es un gordito freak amante de las leyendas, y por eso mismo no duda en empuñar el bastón y decir las palabras que supuestamente disparan el hechizo. Pero nada. Distinto será cuando las diga Ian: sin saberlo, el muchachito es heredero de las tradiciones, alguien capaz de vehiculizar la ligazón entre ambos mundos. El problema es que con el diamante apenas reconstruyen las piernas y la cadera, situación que obliga a los tres (o dos y pico, teniendo en cuenta que a para le falta más de medio cuerpo) a partir en búsqueda de un segundo diamante para completar el truco y, ahí sí, pasar unas horas con el hombre revivido. Pero primero deberán camuflarlo poniéndole un tren superior hecho de almohadas y sábanas, dando pie a varias situaciones cómicas basadas en la nula estabilidad del cuerpo ficticio. Quienes hoy superen los 30 años recordarán aquella comedia que tuvo un millón de pasadas durante las tardes de Telefe de principios de los ’90 llamada Fin de semana de locura, en la que dos muchachos intentaban disimular la muerte de su jefe llevándolo con ellos como si estuviera vivo y moviéndolo con sogas y poleas. Un método similar aplican los hermanos, con la salvedad que lo hacen tres décadas más tarde: la originalidad, entonces, habrá que buscarla en otro lado.

Unidos abraza el modelo de las road movies poniendo a sus personajes en la ruta con el objetivo de llegar en tiempo y forma al lugar donde supuestamente está el diamante. Más allá de las referencias a Indiana Jones con la clásica secuencia que culmina con el rescate de un objeto justo en vísperas de la clausura de la puerta de una cueva, la aventura no es precisamente el fuerte de un guión en el que los conflictos se resuelven a pura magia. Aquí sucede lo mismo que con muchas películas que confunden lo fantástico con lo arbitrario: siempre hay algún truco, alguna frase, alguna vuelta de tuerca que cuadra perfecto con las necesidades de los chicos. Si hay un pozo sin fondo, pues que con el bastón se pueda caminar en el aire. Si los para la policía, entonces que les permita “camuflarse” detrás de una falsa imagen del padrastro policía.

Es cierto que el guión escrito a seis manos por Dan Scanlon, Jason Headley y Keith Bunin tiene ritmo. Como también que probablemente el público más bajito disfrute de cabo a rabo a estas criaturas bellas aun en su fealdad. Pero sobre la última parte Unidos se arroja de cabeza al terreno del sentimentalismo más burdo y evidente, incluyendo el típico recurso del protagonista que, al leer una carta, resignifica situaciones recientes -que la película se encarga de mostrar, como para que quede bien clarito todo- que terminan dando vuelta como una media sus sentimientos. Pixar es una de las usinas de mayor talento en Hollywood, un estudio cuyas películas son capaces de emocionar a públicos de todas las edades, de todos los estratos sociales, de todas las culturas. Esa capacidad es una virtud extraordinaria, siempre y cuando la emoción parta de una búsqueda genuina y no de un cálculo matemático. A Unidos se le notan demasiado las costuras, aquellos puntos en los que se espera que la platea se conmueva, como si aquí la prioridad máxima sea arrancar lágrimas a como dé lugar. Una idea que está bien lejos de las mejores épocas del velador saltarín.