Una mujer, una vida

Crítica de Marcos Guillén - Cuatro Bastardos

Una vida, una mujer: Variaciones de la naturaleza humana.
“Hay, en todo, algo inexplorado, porque estamos habituados a no servirnos de nuestros ojos, sino con el recuerdo de lo que se ha pensado antes que nosotros sobre aquello que contemplamos”.
Guy De Maupassant (1850 – 1893)

Stéphane Brizé, que también dirige, y Florence Vignon son quienes trabajaron sobre el relato del célebre Guy de Maupassant, autor francés, padre de Bola de Sebo (1880) y la impresionante El Horla (1882), relato por el cual tuve el placer de conocerlo. Une vie, publicada en 1883, es una novela hija de su tiempo, de ese que el autor tanto renegara, el naturalismo literario que Émile Zola iniciara con tanto éxito. Relato austero que se enfoca en la narración de una historia, lejos de las florituras literarias, atento siempre al comportamiento y las reacciones de los personajes ante los avatares de la vida que no podrán modificar, solo sortear y soportar, pero sin melodrama. Conciso, puro, un acercamiento casi de observación científica.
La belleza entonces radica en la elaboración de la prosa; “Cualquier cosa que se quiere decir sólo hay una palabra para expresarla, un verbo para animarla y un adjetivo para calificarla” decía el autor. Exponer esto en imágenes, puede parecer sencillo, pero dista mucho de serlo, porque la naturalidad no es provocada, ni construida es un simple discurrir de acciones de acuerdo al suceso. Algo que Brizé ha sabido captar con la elegancia propia de los que se atreven. La loi du marché (2015) film anterior de él cursaba las mismas maneras, con esa cámara que observaba sin intervenir, quieta para absorber los sucesos, estoica para no mentir los hechos. En una magnífica reconstrucción de época, en que hasta la luz natural es tenida en cuenta, quizás no con el preciosismo con que se inspiró Stanley Kubrick en Barry Lyndon (1975), pero sí con la suficiente eficacia para que las sombras dibujaran en los rostros y escenarios los matices, a veces tan bien ocultos por los flemáticos noble provincianos. Una construcción de los escenarios que Antoine Héberlé, con su fotografía, supo sacarles unas bellísimas variaciones.
“Normandía, 1819. Jeanne es una chica joven, inocente y repleta de sueños infantiles cuando regresa a casa tras estudiar en un convento. Pero tras casarse con un hombre del pueblo, su vida pega un giro y sus ilusiones se rompen”.
Pero es la cautivante construcción del personaje que Judith Chemla logra lo que lleva al film a otro nivel, lejos del acartonamiento de toda película de época, sabe dotar a Jeanne Le Perthuis des Vauds, personaje protagónico del film, de una frescura y sensibilidad excepcional. Y es allí donde el trabajo de Yolande Moreau (a quien amamos desde la preciosa Le tout nouveau testament – 2015), Swann Arlaud y Jean-Pierre Darroussin crea el entorno perfecto para el desarrollo de esta vida, una que navega calmas y tormentas con la intensidad justa, con el equilibrio y desaforado desquite de un simple mortal. Quieta y susurrante, atemporal y de una elegancia soberbia es Une Vie y un placer de contemplar así en la dicha como en la misma derrota, cruel, pero con la gracia de un burgués atemperado.