Undine

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

“Me dijiste que me amabas para siempre. No podés dejarme. Si lo hacés, tendré que matarte”.

Pese a este arranque, nada será tan melodramático en Undine, la nueva película de Christian Petzold, el gran cineasta alemán de películas como Triángulo o Bárbara.

Petzold se basa en la mitología griega, ya que se llamaba ondinas a las ninfas acuáticas que habitaban en lagos, ríos o estanques, y eran mitad mujer y mitad pez.

Undine es la mujer del comienzo, la que prepotea a Johaness, sentados a la vereda de un bar, muy cerca del museo en Berlín donde ella es una guía que explica la arquitectura de la capital alemana. Y poco después de aquella separación- Johannes, que está en pareja con otra mujer, no piensa separarse, lo tiene decidido, así que la pseudo amenaza de Undine no tendría efecto-, la chica se cruza con Christoph (Franz Rogowski), pero en el interior del bar.

Una pecera enorme se rompe, ambos se mojan, el vidrio estalla y se clava en Undine, pero con el estallido el que también queda expuesto es el muñequito de un buzo. Christoph se gana la vida soldando bajo el agua, así que la metáfora también queda al descubierto.

Es que es la historia de un amor contrariado, tal vez condenado. Y también la historia de Undine, una mujer con muchas cosas fantásticas -que no es lo mismo que decir fantasiosas-. Porque la trama irá complicándose, o enredándose, y ya resultará más complicado discernir qué es realidad y que no.

Los accidentes que se irán sucediendo no harán más que enrarecerlo todo. Al director, y no solamente en sus últimas realizaciones, le gusta coquetear, abrevar con el fino hilo que separa la realidad de la fantasía. Y aquí vuelve a transitar entre una y otra. No llega a ser como La forma del agua, de Guillermo del Toro, pero…

Ya sin su anterior musa, Nina Hoss, ahora es Paula Beer quien lleva sobre sus hombros el peso. Y Beer, la actriz de Transit, también de Petzold, ganó el Oso de plata a la mejor interpretación femenina en el Festival de Berlín el año pasado. Está muy bien pivoteando entre la incredulidad, los gestos del enamoramiento, la seducción y la entrega.