Undine

Crítica de Jorge Luis Fernández - La Agenda

El amor después del amor

Con Udine, el alemán Christian Petzold se anima con una fábula romántica en donde confluyen la historia berlinesa, la mitología, la tragedia y la desilusión.

El realizador Christian Petzold se distingue por narrar historias con elementos de thriller que abordan elípticamente la historia alemana reciente. Su método no incluye comentarios, sino lo que pasa al escarbar la psique de sus personajes, lo que el contexto hizo con ellos y por qué actuaron en consecuencia. Mediante ese método, Petzold desintegra lo genérico del thriller y deja lugares vacíos para experimentar. Un caso extremo fue Yella (2007); protagonizada por su actriz fetiche Nina Hoss, la película abandona parcialmente esas cuestiones y se zambulle en lo sobrenatural. Undine, su reciente film, es una integración de esos extremos: rescata “lo inexplicable” en un juego dialéctico con la historia.

Undine Wibeau (Paula Beer, siempre brillante) es una joven historiadora que vive a escasos metros de su trabajo, el área de Planeamiento Urbano perteneciente al Senado berlinés, en el pintoresco Hackescher Markt del céntrico Mitte. Su ocupación diaria es hacer visitas guiadas en donde explica, con ayuda de amplias y meticulosas maquetas, la historia del Palacio Real, otrora situado en la ex Berlín Oriental, bombardeado durante la Segunda Guerra Mundial y finalmente demolido, así como detalles de la reconstrucción berlinesa durante la ocupación soviética y de su integración occidental tras la caída del Muro.

La primera escena muestra el quiebre de su relación, con un grado de tensión que no es ajeno a Petzold. Pero rara vez vemos una ruptura tan plausible como acto apertura, por lo tanto impacta. En un café aledaño a la casa de Undine, Johannes (Jacob Matschenz) da mil vueltas para decir lo indecible, mientras ella lo asesina con la mirada. Suena un celular y él decide no atender. “¿Era ella no?”; y después: “Dijiste que me amarías toda la vida”. Johannes mira los cuatro puntos cardinales. Con una calma que inexorablemente se rinde al nerviosismo, trata de hacer algo habitual en estos casos: desdramatizar la situación. Pero Undine le da un escalofriante ultimátum. Si al volver de su próxima visita guiada no lo encuentra aún sentado, para aclarar su situación, deberá matarlo. Cuando vuelve, por supuesto, no está. Pero casi una hora después de transcurrido el film, la situación se invierte. Una mañana, Johannes la sorprende en el café. Ella va camino al Senado, pero Johannes se resigna a esperarla con una calma ahora luminosa. Y esta vez, al volver, Johannes permanece sentado. Undine acepta quedarse un instante sólo para abandonarlo. Es un desplante que, sin saberlo, provocará un segundo quiebre con Christoph: la persona que la acompañó en el ínterin de sus dos frustrantes encuentros en Hackescher Markt.

Christoph (Franz Rogowski, que compartió créditos con Beer en el anterior film de Petzold, Transit) hace tareas subacuáticas de mantenimiento en la turbina de un lago. Undine lo descubre tras la pelea con Johannes. Cuando entra al bar, cree oír su nombre al ver a un buzo miniatura dentro de una pecera. Era una advertencia, porque la pecera, inexplicablemente, estalla. Ella se salva y rescata de la caída a Christoph, a quien simbólicamente asocia con la salvación. Entre los peces muertos rescata al buzo en miniatura, un avatar de Christoph, que atesorará como un talismán.

En esa instancia la película hace un giro a lo platónico, no sólo por las escenas que sobrevendrán sino porque –contra lo que cabría esperar– Christoph no deviene un sustituto de Johannes. Pese a su discordante estatus (no tiene los modales ni la presencia del “rival”), el compromiso de Christoph es honesto e incondicional. Y a Undine la enamoran esas cualidades, de las que su ex carecía. No son valores que lamentablemente enciendan amor a primera vista; ni la gente suele enamorarse perdidamente tras ser rechazada. Pero ya al inicio se intuía que Undine era una mujer distinta, algo que pronto Christoph descubrirá.

Con kit de buceo, Undine lo acompaña en sus tareas subacuáticas. Como trazando un paralelismo con las mutaciones del Berlín que exponía, se genera una simbiosis que concluye cuando, durante una exploración, descubren el nombre Undine y un corazón grabados en la turbina, cual grafiti. Suceden bellas imágenes que Christoph interpreta como alucinaciones, pero nunca le harán sospechar lo que al espectador sí. Con un nombre que remite a las ninfas acuáticas de la Antigüedad, ¿acaso no es la historiadora una sirena?

Gracias al Canto XII de la Odisea –donde Ulises, alertado por Circe en su regreso a Ítaca, se amarra al mástil del barco al pasar por la Isla de las Sirenas–, predomina el mito medieval de criaturas antropófagas, que embelesaban a los marineros para devorarlos tras estrellar con arrecifes. Pero en la historia hay más de una docena de mitos, dispares e incluso contradictorios. En la China milenaria, las sirenas eran codiciadas por los pescadores, ya que vertían perlas preciosas al llorar; para algunas culturas grecorromanas no eran peces sino aves. En casi todas las culturas, lo único que tenían de bello era el canto.

Hollywood apagó la música y encendió el glamur. Con películas como Night Tide (de 1961, con un joven Dennis Hopper) y el popular telefilme The Bermunda Dephts (1978), las sirenas fueron hermosas y románticas, dubitativas entre seguir al hombre que sedujeron o retornar a su origen. Para Undine, el origen no es sólo el mar sino algo igualmente profundo. Las súbitas dudas de Christoph sobre su fidelidad dinamitan la relación, y Petzold recrudece el film con una serie de confusas compaginaciones, donde no sabemos qué es onírico y qué es real. Especialista en disuadir expectativas, el director hace un último enroque: cede el protagonismo a Christoph, y también el trauma.

Según el propio director, el film es una revisión del mito desde una mirada feminista. Decepcionada por la traición y luego por el descreimiento, Undine –expresión homérica si las hay– desencadenará hecatombes. Pero el film es también una reflexión sobre el desencuentro. El amor aparece en los momentos menos pensados, pero no sabemos si durará por siempre, como Undine le reclama a Johannes; ni si fue verdadero amor aquel que dejamos pasar. Lo único certero es la impermanencia, como lo demuestra la tragedia del Palacio Real.