Una villa en la Toscana

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Ya el título en castellano con el que en la Argentina estrena de Made in Italy invita al ensueño (no, no en el sentido de que es una invitación a dormir). Uno escucha Toscana e imagina paisajes verdes, aire libre, campos florecidos, buen vino, mejor pasta, alguna casona con vista abierta. Y si la protagoniza Liam Neeson, dibuja una leve sonrisa: tal vez no tenga aquí que pegarle o matar a nadie.

Todo eso es correcto, y le suma otro aspecto recurrente en la filmografía del actor de Búsqueda implacable: su personaje está de duelo, es nuevamente viudo.

Ya dijimos alguna vez que desde que falleció su esposa Natasha Richardson en 2009, el actor de La lista de Schindler desea que sus protagonistas sientan el dolor de la pérdida de un ser querido, generalmente su pareja.

Y aquí la apuesta se redobla en ese sentido, ya que quien interpreta a su hijo, es Micheál Richardson, el hijo mayor de Neeson y Natasha Richardson, quien en honor a su madre fallecida cambió legalmente su apellido en 2018.

Bueno, Raffaella, la esposa de Robert (Neeson) y madre de Jack (Micheál Richardson) también ha fallecido en un accidente, pero automovilístico, en Italia.

Pero las acciones no arrancan en la finca del título, sino en los Estados Unidos, donde Jack dirige una galería de arte de los padres de su esposa, quien quiere divorciarse y está decidida a venderla. Al joven le queda una opción: comprar el local, y para eso debe convencer a su irritable padre, con el que no habla desde hace meses, de vender la villa en la Toscana y obtener la mitad que le corresponde. Tiene un mes de plazo.

Chianti, pasta y reencuentro

No es la típica película de reencuentro y redención entre un padre distanciado y su hijo, pero le pega en el poste. Ambos personajes irán de Inglaterra a la Toscana y encontrarán la casona abandonada hace veinte años en estado calamitoso. Lo que sigue, allí, en una pared, es el mural que Robert pintó, con fuertes trazos rojos, tras la muerte de su esposa.

Ayudados por una agente inmobiliaria (Lindsay Duncan, la crítica de teatro de Birdman), no les queda otra que ponerla en condiciones si desean vender la propiedad. Y mientras Jack conoce a otra joven divorciada por Valeria Bilello, propietaria de un restaurante en el pueblo, Robert vuelve a la pintura, aunque sin abandonar su antipatía y ostracismo.

No se hagan las preguntas que deberían hacerse (¿cómo alguien puede tener una enorme casona en la Toscana y no visitarla o mantenerla en 20 años? ¿Por qué Robert acepta de inmediato la propuesta de su hijo, con quien no se comunica desde hace tiempo? ¿Voy a llorar a moco tendido cuando padre e hijo enfrenten juntos el dolor por la muerte de Raffaella?), y dispónganse a ver a Liam Neeson en un papel últimamente atípico para él.

Opera prima del actor James D’Arcy (Anthony Perkins en Hitchcock, el maestro del suspenso, y a quien veremos el año que viene en Oppenheimer), está bellamente fotografiada y está realizada para conformar a su público.