Una villa en la Toscana

Crítica de Diego Brodersen - Página 12

"Una villa en la Toscana", con Liam Neeson: lugares comunes.

Neeson y Micheál Richardson son padre e hijo en la vida real, y la mujer del primero y madre del segundo, la actriz Natasha Richardson, falleció en un accidente de ski en el año 2009.

El debut detrás de las cámaras del actor británico James D'Arcy no brilla precisamente por su originalidad, y en su trama de viejas heridas familiares aún sangrantes que podrían comenzar a sanar durante un viaje al extranjero pueden hallarse los mil y un lugares comunes de ese tipo de relatos. El “truco”, por llamarlo de alguna manera, de Una villa en la Toscana es el paralelismo entre ficción y realidad, que le aporta a la película un elemento de interés extra cinematográfico. Liam Neeson es Robert, otrora exitoso artista plástico que luego de la trágica muerte de su esposa colgó los pinceles para dedicarse a la auto conmiseración. Su hijo, el treintañero Jack (Micheál Richardson), está atravesando un proceso de divorcio que, para colmo de males, tiene como corolario la extinción de la galería de arte londinense que dirige desde hace años. Sin trabajo y pronto sin dinero, la solución de Jack es sencilla y práctica, aunque dura de ejecutar: vender a precio vil esa pequeña villa en Italia, en la región de la Toscana, en la cual solía pasar las temporadas de verano junto a su familia.

Padre e hijo, el primero a regañadientes, se ponen en marcha para visitar el lugar y estimar el estado de la casa, que va más allá de lo lamentable y se acerca bastante al desastre: moho, techos agujereados, ventanas rotas, vegetación tupida en el interior y otras delicias estructurales. Además de un mural de violentos colores que Robert escupió en una de las paredes del living durante un ataque de tristeza, dolor y, es de suponer, bronca, luego del fallecimiento de su esposa. La relación entre Robert y Jack, testigo del accidente cuando tenía siete años, dista de ser armoniosa y durante esas pocas semanas italianas las discusiones, pases de factura y rencillas están a la orden del día. Neeson y Richardson son padre e hijo en la vida real, y la mujer del primero y madre del segundo, la actriz Natasha Richardson, falleció en un accidente de ski en el año 2009. Ese eco de la realidad reencauzado por el guion de D'Arcy suma una capa dolorosa, que desaparece por completo si el espectador desconoce el dato.

Es que Made in Italy (su título original) no escapa a los clichés “inspiradores” y tampoco al romance veraniego como reflejo de las segundas oportunidades. Cuando Natalia (Valeria Bilello), mujer separada, madre, dueña de un restaurante construido desde cero con esfuerzo y tenacidad, aparece a los veinte minutos de proyección ya puede suponerse que allí habrá una línea narrativa a desarrollarse sin prisas ni pausas. Amable, poblada por personajes secundarios virados a los tonos del alivio cómico (la pareja de posibles compradores está pasada de rosca), con la previsible “italianidad” en choque con la flema inglesa, Una villa en la Toscana ofrece una buena cantidad de postales de los más bellos parajes de la región donde fue filmada. Es siempre un placer, además, apreciar como Neeson es capaz de construir un personaje tan amargado como encantador con tan pocos elementos. No es mucho, pero es algo.