Una vida oculta

Crítica de Martín Chiavarino - Metacultura

Un juramento imposible

“The growing good of the world is partly dependent on unhistoric acts; and that things are not so ill with you and me as they might have been, is half owing to the number who lived faithfully a hidden life, and rest in unvisited tombs…”
Middlemarch (1871–1872), de George Eliot (Mary Anne Evans)

Tras algunos tropiezos en su brillante carrera y un interludio de veinte años entre Días de Gloria (Days of Heaven, 1978) y La Delgada Línea Roja (The Thin Red Line, 1998) para crear tiempo después una de sus obras más destacadas, El Árbol de la Vida (The Tree of Life, 2011), Terrence Malick regresa con otra de sus exquisitas piezas cinematográficas, Una Vida Oculta (A Hidden Life, 2019), un film inspirado en una historia real sobre un campesino austríaco que se niega a jurar lealtad al dictador Adolf Hitler durante la Segunda Guerra Mundial, por lo que es encarcelado y enjuiciado bajo el cargo de traición a la patria. El film está basado en la biografía Franz Jägerstätter: Letters and Writings from Prison (2009), de Erna Putz, una teóloga austríaca dedicada a promover la objeción moral de Franz Jägerstätter y su condición de mártir en una época en la que la Iglesia Católica callaba por temor a la cólera nacionalsocialista.

Para componer el relato Malick se iluminó bajo las palabras de la escritora inglesa de la era victoriana Mary Anne Evans, conocida como George Eliot, en su novela Middlemarch (1871-1872), de donde extrae el título del film. En el evocativo y poético párrafo la autora elogia la vida y la muerte anónima. August Diehl interpreta a Franz Jägerstätter, un campesino católico de Austria que se rehúsa a jurarle lealtad a Hitler y declara a quien quiera escucharlo sus objeciones a la guerra, lo que le acarrea problemas varios en su vida cotidiana. Por estas ideas es encarcelado al ser convocado por el ejército alemán para el servicio militar y posteriormente ejecutado tras un juicio sumario por una corte castrense. En 2007 Jägerstätter fue beatificado como mártir por la Iglesia Católica por su indeclinable postura y su convicción. El film de Malick se centra en la amorosa relación de Franz con su esposa y en su convicción religiosa, ambas cuestiones subsumidas en la representación del amor y lo sagrado en la vida del hombre común, dos ejes cruciales del cine del director de Badlands (1973).

Al igual que en sus últimas películas, Malick abusa de planos cautivadores y desconcertantes durante casi tres horas en un film que celebra la existencia campesina, el trabajo manual, el contacto con la tierra y la relación comunal, formas que el realizador asocia a lo sagrado, a una comunión con la divinidad. Pero este panegírico rural y piadoso también da cuenta del encono irracional que se apodera de algunos vecinos de la pareja protagónica cuando Franz expone sus objeciones a la guerra en curso. Los escraches y el odio patriótico ante los traidores se suman a la infaltable violencia de los guardias contra los prisioneros, situación que habla de la esencia perversa del ser humano, pero también del perdón, la solidaridad y el amor como únicos sustratos en verdad vitales de la existencia. La templanza del protagonista se contrapone a los diversos intentos de convencerlo de cambiar su postura y a la violencia estatal que se manifiesta durante todo el calvario al que es sometido el objetor de conciencia, mientras que en su pequeña aldea pasan de la condena de la postura de Franz a la comprensión y la compasión, planteos que se adaptan a su vez al devenir de la guerra, de éxito inicial a fracaso rotundo.

Una fugaz aparición del fallecido Bruno Ganz y actuaciones maravillosas de un gran elenco encabezado por Diehl y Valelie Pachner, del que también se destacan Johannes Krisch y Johan Leysen, son los pilares de esta obra de gestos y ademanes circunspectos y contemplación de lo apacible ante el rugir del conflicto, con la ética y la moral como pivotes de la existencia.

Para Una Vida Oculta, el experimentado compositor James Newton Howard vuelve a sorprender al igual que lo había hecho en la música de El Caballero de la Noche (The Dark Night, 2008), de Christopher Nolan, creando un bello leitmotiv de gran emotividad y calidez abatida que refleja la mirada introspectiva del mundo del protagonista. En uno de los momentos más conmovedores el film recurre al maravilloso Movimiento Número 2 de la Sinfonía de las Canciones Afligidas (1976), de Henryk Górecki, una obra de un minimalismo desolador que calza bien con la composición de Howard. El silencio ante la naturaleza ocupa también un lugar importante en esta mirada íntima y reflexiva del mundo que Malick propone.

Una Vida Oculta reconstruye el devenir campesino a mediados del Siglo XX durante la guerra de forma ejemplar, siempre apoyándose en una fotografía impecable que relaciona la naturaleza con lo sagrado, pensándola como puerta de entrada hacia otro plano de la percepción de las cosas que nos rodean. Jörg Widmer, director de fotografía de Buena Vista Social Club (1999), el documental de Wim Wenders, fue el responsable del rubro, un elemento de gran importancia en el cine de Malick. En toda su filmografía el director de El Nuevo Mundo (A New World, 2005) plantea distintas formas de aproximarse a la realidad alejadas del régimen de acumulación, posesión, explotación y destrucción actual, una mirada consciente y animista sobre el planeta, una empatía perdida bajo la avalancha de la aceleración y la pulsión desenfrenada de consumo.

Malick encuentra en esta historia recuperada por la Iglesia Católica un relato a la medida de su mirada del mundo. Una pareja que se ama es separada por un engranaje absurdo que trata al individuo como herramienta para un fin ruin e inmoral, del que absolutamente nadie puede estar de acuerdo, una guerra desatada con fines genocidas y afán de conquista. Imágenes documentales de la época son contrapuestas por el realizador con la ficción para ofrecer un retrato de la locura que se abatió sobre un sector de Europa. Del otro lado la decencia de un hombre solo, un acto solo, una fe sola, como escribiera el poeta español Luis Cernuda sobre la Guerra Civil Española en su poema 1936:

“Por eso otra vez hoy la causa te aparece
Como en aquellos días:
Noble y tan digna de luchar por ella.
Y su fe, la fe aquella, él la ha mantenido
A través de los años, la derrota,
Cuando todo parece traicionarla.
Mas esa fe, te dices, es lo que sólo importa.

Gracias compañero, gracias
Por el ejemplo, gracias porque me dices
Que el hombre es noble.
Nada importa que tan pocos lo sean:
Uno, uno tan solo basta
Como testigo irrefutable
De toda la nobleza humana…”

1936, de Luis Cernuda