Una segunda oportunidad

Crítica de Pedro Squillaci - La Capital

Pocos registros hay en la historia del cine romántico, en el que una película sea tan previsible y a la vez tan encantadora. “Una segunda oportunidad” logra esa difícil particularidad. La directora Nicole Holofcener, cineasta respetada dentro del cine estadounidense independiente, supo mover las teclas necesarias para que una comedia romántica no se convierta en una comedia melosa. La trama indaga sobre la vida de Eva (cálida composición de Julie Louis-Dreyfus), una masajista cansada de oír aburridas historias de sus clientes y que siente que es casi imposible conocer su media narajana después de su separación. Pero un día aparecerá Albert (al gran James Gandolfini, salud) en una reunión de amigos y ella sentirá un cosquilleo en la panza. Al principio este bibliotecario barrigón y bonachón no entra en sus preferencias, pero de a poco la seducirá su ternura. El incordio se plantea cuando Eva se hace amiga de una clienta y se encandila con su buen gusto para vestir, su vuelo poético y hasta cómo decora su casa. Lo único extraño es que vive hablando mal de su ex. Pero el problema es que esta nueva amistad no es otra que la ex mujer de Albert. La película tiene un plus en los diálogos y los vínculos intimistas de los personajes, muy al estilo del sello que supo dar Woody Allen en decenas de filmes de culto. La problemática de los que cruzaron la barrera de los 50 años está bien tratada, sobre todo en la relación de padres e hijos, y el vacío que se genera cuando los chicos deciden viajar a otra ciudad para estudiar en la universidad. La empatía entre los personajes de Eva y Albert hubiesen merecido una saga como la de “Antes del amanecer”. Gandolfini demuestra, en una de sus últimas actuaciones, su versatilidad expresiva en un filme sin sorpresas pero a la vez imperdible.