Una segunda madre

Crítica de Fernando López - La Nación

Desigualdad bajo el calor del afecto

"Es evidente que el país está cambiando", reflexiona, no sin un dejo de contrariedad, la señora burguesa dueña de la amplia residencia de clase media alta en el barrio acomodado de San Pablo donde reside, cuando se entera de que la hija de su criada, una pernambucana que vive con ellos hace años, ha sido niñera de sus hijos y los ha criado, y está por llegar a la ciudad con la intención de ingresar en la Facultad de Arquitectura. Algo estará cambiando si una adolescente nacida en un hogar humilde del Nordeste puede ahora proyectar un futuro que la equipara con sus propios hijos, pertenecientes a una clase de un nivel económico y sociocultural mucho más elevado. ¿Pero ha cambiado tanto como para que se haya alterado la tradicional jerarquía entre patrones y empleados? ¿O esa convivencia cordial y amistosa (para los dueños de casa, "la criada es "como de la familia" porque en el vínculo mucho tiene que ver el afecto), aunque calladamente la relación responde también a reglas que se aceptan naturalmente de una parte y otra casi en forma inconsciente, basta para que cada uno sepa ocupar su lugar, quizá como una silenciosa y atenuada prolongación del patriarcalismo?

Anna Muylaert, que dice haberse inspirado en films como Cama adentro y El custodio y hasta en el cuento de Cortázar Casa tomada, ha encontrado un modo de referirse a las desigualdades sociales en su país observando situaciones de la vida cotidiana, como ésta de las relaciones entre el servicio doméstico y los patronos en las que la prolongada convivencia favorece un vínculo afectivo.

Para sostener a Jessica, su única hija, Val, la protagonista, la ha dejado en Pernambuco y ha trabajado trece años en este hogar paulista, primero como niñera del mayor, Fabinho, a quien ha mimado más que su madre biológica. Y todo seguiría en esa armoniosa cordialidad hasta que Jessica, ya adolescente, decide estudiar en San Pablo y por un tiempo es acogida en la casa donde vive Val, pero no en el cuartito que ella ocupa, sino en la habitación de huéspedes a sugerencia del dueño de casa, quizá con alguna doble intención.

Pero la jovencita pertenece a otra generación y se resiste a seguir el ejemplo de sumisión que le propone su madre, y esa diferencia se evidenciará en más de un choque entre ellas y en las manifestaciones de la "liberalidad" de Jessica que alimentan las mezquinas (y bastante forzadas) reacciones de la dueña de casa.

Muylaert, que sugiere las diferencias de clase en apuntes un poco más sutiles en la primera parte, los hace ahora demasiado explícitos, como si necesitara asegurarse de que queda claro que bajo la estratégica cordialidad del trato hay explotación y amable abuso. De esa voluntad surge, por ejemplo, el subrayado de las mezquindades de la señora (manda limpiar la piscina después de que la chica se sumergió en ella) y la comparación entre los dos estudiantes; el ocioso hijo de ricos que fracasa en su examen y la chica de humilde origen que es pura dedicación y esfuerzo y logra ingresar en la facultad. Un toque más (como mandan los crowdpleasers) para satisfacer el ánimo del espectador, propósito para el cual ya contribuyen el dibujo de los personajes, especialmente el de Regina Case (Val) en un papel a su medida, y la no menos destacable Camila Mardila, como su hija.