Una segunda madre

Crítica de Aníbal Perotti - Cinemarama

En el marco de una lujosa residencia en San Pablo, la película sigue el trayecto de Val: una mucama “con cama adentro” que ha trabajado durante más de veinte años al servicio de una familia disfuncional, cumpliendo los roles de ama de llaves, confidente y sustituto de los padres. Una vida de devoción casi ciega que se verá alterada por la irrupción de su hija Jessica, una adolescente a la que apenas conoce. La joven sexy y emancipada llega a la ciudad para dar los exámenes de ingreso a la facultad de arquitectura, perturbar el orden de la casa y despertar en su madre una conciencia de clase. Retomando de Teorema de Pasolini el motivo clásico del intruso-revelador, Una segunda madre observa el colapso de la ilusión burguesa a través de una serie de pequeños desarreglos, malentendidos y mezquindades, que combinan la comedia de costumbres con una crítica social de una llamativa agudeza.

La actriz Regina Casé, superestrella de la televisión brasilera, imprime un flujo burlesco, ingenuo y encantador que hace resplandecer al conjunto. Anna Muylaert se vuelca hacia un cine naturalista:un estudio de caracteres con el trasfondo de la fractura social y étnica que divide al país entre la burguesía blanca y las precarias poblaciones negras. La directora evita la cuota de sordidez habitual en este tipo de películas, aunque su mirada puede resultar un poco complaciente. En este cuento moral atravesado por una singular ironía, Jessica materializa la insurrección latente contra el statu quo, anexando progresivamente los espacios reservados a los patrones: la mesa para el desayuno, la pileta, la habitación de huéspedes. “Es evidente que el país está cambiando”, dice la dueña de casa. De madre a hija, una nueva generación plantea la concurrencia de los hijos de los ricos y los de las mucamas con una indiferenciación perturbadora.