Una razón para vivir

Crítica de Mariana Mactas - TN - Todo Noticias

Andy Serkis es el prodigioso actor británico detrás del simio Caesar en la saga El Planeta de los Simios y el Gollum de El Señor de los Anillos. Aquí, en su primera película detrás de cámaras, se basa en una historia real, la de Robin Cavendish, el joven empresario del té que, en la Inglaterra de los años cincuenta y a sus muy jóvenes 28 años, cae víctima de polio. Robin, intepretado con el brillo de siempre por Andrew Garfield, pasa en cuestión de horas de disfrutar de una vida feliz (espera un bebé con la mujer que ama, los negocios y los amigos le sonríen, juega al tenis, viaja y se divierte) a quedar postrado del cuello para abajo, incapaz de respirar sin ayuda de un fuelle mecánico.

Del deseo de muerte, con la fuerza del amor de su esposa Diana (Claire Foy) y de ver crecer a su pequeño hijo, Robin pasa a decidir que quiere vivir. Salir del hospital, inventar una silla de ruedas y un sistema que le permita, contra el consejo médico, instalar el respirador en su casa. Hay que ver a Garfield expresando emociones profundas con la mirada, con el luminoso brote de una risotada o una reacción sutil a una caricia.

Cavendish fue un defensor de los derechos de los discapacitados y desarrolló elementos de ayuda médica que mejorarían la vida de muchos enfermos como él. Una razón para vivir es, sí, otra de esas historias inspiracionales de cómo vencer la adversidad que dan ganas de esquivar. Pero también es bastante más que eso: una historia de amor, contada con la habilidad y la gracia que le aportan sus dos principales intérpretes. Una mirada llena de verdad sobre esas pequeñas cosas -alegrías, tristezas-, que nos hacen personas.