Una pistola en cada mano

Crítica de Laura Osti - El Litoral

El eterno masculino en crisis

Hermosa Barcelona, según como la muestra Cesc Gay en su película “Una pistola en cada mano”. La ciudad española es el marco donde transcurren las vidas de los protagonistas, un grupo de cuarentones-cincuentones, atravesando una crisis existencial, sentimental y por qué no, económica, en esa edad considerada “el medio del camino de la vida”.

“Una pistola en cada mano” consta de una sucesión de diferentes capítulos, en cada uno de ellos se muestra un diálogo entre dos personajes, en el que se desnudan emociones, se hacen confesiones y se exhiben retazos de vidas, con sus conflictos y también con sus éxitos.

A veces son dos amigos que se encuentran casualmente en el palier de un edificio y en una charla de unos minutos, mientras afuera cae un aguacero, se ponen al día sobre sus asuntos derramando algunas lágrimas sobre los recuerdos. En otra ocasión, es un matrimonio en proceso de divorcio en circunstancias en que él quiere volver en tanto que ella ya está embarcada en otra relación. También están esos compañeros de trabajo que intentan tener una aventura, aun cuando uno de ellos sea casado, o quizás los dos. Y no falta el marido engañado que por esas cosas de la vida se topa con el amante de su mujer, algo que descubre después de haberle abierto, ingenuamente, el corazón herido relatándole sus confidencias.

La película de Gay es una especie de radiografía de una generación. Muestra a un grupo de personas de clase media, culta, civilizada, que evidencia una gran afición por la palabra. Todos los conflictos se pueden hablar, razonar, explicar; terapias mediante, la ira se controla, la frustración se asume, el dolor se amansa... mientras, la vida sigue.

A Cesc le interesa particularmente poner en evidencia el mundo interior de los varones. Los hace hablar de sus cuestiones más íntimas, esas que rara vez se escuchan de sus propias bocas y que afloran en momentos en que parecen andar dando manotazos de ahogados buscando un salvavidas del cual aferrarse. Para eso, en el inconsciente masculino, están las mujeres.

Elenco de primer nivel

Ellos pueden coquetear, sabotear la relación, decir adiós cuando se les da la gana, y volver también cuando se les cante... sólo que a veces, ellas ya dieron vuelta la página y han seguido adelante sin pensar en retroceder.

El director español muestra la fragilidad de los vínculos amorosos y la eterna insatisfacción que carcome imperceptiblemente a cada uno de los personajes. Ellos se llenan más de preguntas que de respuestas, mientras que ellas están obligadas a hacerse cargo de sus vidas maniobrando como se pueda en cada ocasión y permitiéndose también alguna que otra dulce venganza.

En un clima afable, aunque atravesado de melancolía, los personajes masculinos confluyen todos en una cena en casa del divorciado, una especie de refugio para solitarios, donde se juntan para rumiar sus penas.

Los diálogos son inteligentes, perspicaces, muchas veces se producen contrapuntos muy picantes, donde la ironía y el sarcasmo sirven en unos casos para herir al otro, sin matarlo, o para maquillar alguna confesión dolorosa.

El acierto del director es haber reunido a un elenco de primer nivel, integrado por los españoles Luis Tosar, Eduard Fernández, Candela Peña, Leonor Watling, Clara Segura, Eduardo Noriega, Javier Cámara, Alberto San Juan, Jordi Mollà, Cayetana Guillén Cuervo, y los argentinos Ricardo Darín y Leonardo Sbaraglia.