Una pistola en cada mano

Crítica de Laura Dal Poggetto - Función Agotada

Hable con él

Estructurada como una serie de viñetas, Una Pistola en Cada Mano pasa por diversas hipotéticas situaciones que sirven de disparador para que su elenco protagonista -hombres de mediana edad- puedan hablar. Principalmente, para que puedan hacer una catarsis verbal, ya sea en monólogos o diálogos (que podrían caer en la categoría anterior, porque cada uno de los que habla no muestra mayor interés en la respuesta del otro, si no en poder ejercer su propia verborragia). El resultado es un compendio de neurosis de hombres de clase media alta en una ciudad del primer mundo, perturbados ante la repentina epifanía del sin sentido de la vida (crisis económica europea y global de por medio), ante la que se sienten solos, perdidos e incómodos. No es de extrañar que su comportamiento sea similar al de adolescentes, si tomamos en cuenta que el director y guionista Cesc Gay se hizo internacionalmente conocido por Krampack, una comedia dramática sobre dos púberes varones que están descubriendo al mundo y a ellos mismos.

En el primer episodio de Una Pistola en Cada Mano, dos amigos del colegio (Leonardo Sbaraglia -supuestamente español- y Eduard Fernández) se reencuentran por casualidad y comparan notas sobre sus vidas para llegar a la conclusión que ninguno es particularmente feliz, independientemente de que les vaya mal o bien económicamente. En la más lograda de las viñetas, Javier Cámara (participante fijo en las últimas de Almodóvar, incluyendo Hable con Ella y la próxima Los Amantes Pasajeros) intenta obtener una segunda oportunidad con la ex esposa a la que abandonó unos años antes (Clara Segura, de Mar Adentro), quien le contesta con toda la dignidad que su ex marido ya perdió. Hay que agradecer los momentos escasos de slapstick a cargo de Cámara, cuando ya se llevan unos veinte minutos de puro diálogo que, como sus protagonistas, casi no sabe a dónde va. El tercer episodio cuenta con Ricardo Darín como un esposo engañado que espera afuera del departamento donde se encuentra su mujer con el amante, cuando se cruza a un conocido (Luis Tosar) al que le escupe -incómoda e inocentemente- todas sus preocupaciones respecto a su matrimonio. Eduardo Noriega se despoja (hasta por ahí) de la mirada psicótica de su personaje de Tesis, cuando su personaje intenta levantarse a una compañera de trabajo (Candela Peña). Finalmente, dos amigos que van por separado a una fiesta (Jordí Mollá y Alberto San Juan) se encuentran, "involuntariamente", con la esposa del otro, para ir enterándose de la intimidad y las vulnerabilidades de cada uno. Ésta es la única viñeta donde las mujeres toman predominantemente la palabra -en este caso, Leonor Waitling y Cayetana Guillén Cuervo- aunque sea sólo para hablar de sus parejas, ante la mirada incrédula de los hombres que descubren una faceta oculta de ése al que llaman amigo.

Es imposible imaginarse por qué Gay decició organizar su film de forma episódica -siendo el único director- exponiéndose a los riesgos que conlleva este tipo de estructura: resolver el arco narrativo en veinte minutos, mantener el mismo nivel de calidad en todas las historias, poder mantener una coherencia si se elige unir a los episodios dentro de un macro-argumento. Gay no sólo apenas lo logra, si no que le agrega un mayor problema: en vistas de llevar adelante una película "de actores", que expresan sus conflictos internos verbalmente, el director pone en primer plano al diálogo -literalmente- con una predominancia de planos cerrados, fijos, donde la única acción es la de las bocas que articulan palabras. Pero las palabras ni siquiera son tan interesantes, como tampoco lo son sus personajes, un seleccionado de imberves al que sus parejas o ex parejas los dan vuelta como una media. Las mujeres son presentadas como observadoras impávidas de las neurosis masculinas, quienes con un par de frases embebidas en pragmatismo, generan mayor desconcierto en sus contrapartes varoniles. Así y todo, hay una referencia a un caso de violencia de género, lanzado con una levedad que da miedo (España tiene uno de los índices mundiales más altos de asesinatos de mujeres a manos de hombres de su entorno familiar).

El nivel de las actuaciones es tan fluctuante como el de las historias, destacándose Javier Cámara y Sbaraglia (con acento inverosímil y todo). Los actores no pasan más allá de construir distintas facetas del mismo estereotipo del hombre en una crisis de mediana edad, como un eterno adolescente que no sabe por dónde ir. Para eso es preferible quedarse con los de Krampack, que al menos eran más resueltos.