Una pastelería en Nothing Hill

Crítica de Rodolfo Bella - La Capital

El ritual de la comida, una excusa para hablar de afectos

La zona de Notting Hill, con su atmósfera bohemia y multicultural, es el escenario para una historia sobre sentimientos, conflictos amorosos y familiares. Así es “Una pastelería en Notting Hill”, la ópera prima de la directora Eliza Schroeder. El título original es “Love Sarah”, y Sarah -y su perenne influencia sobre las tres protagonistas- es el personaje que impulsa la trama de la película.

El film relata la historia de una chica que a pesar de tener todo en contra -no tiene trabajo, no tiene donde vivir y su novio la abandona- decide hacer realidad el proyecto de su madre: montar un negocio de repostería y salón de té junto a la mejor amiga de su madre y su abuela, una destacada exacróbata circense con la que ni su mamá ni ella tienen relación hace años.

A ellas se suman un vecino curioso y un exnovio chef que quiere reinventar su carrera y su vida. El negocio se podría poner en marcha con los ahorros de la abuela, que se siente culpable por haberse alejado de su hija, aunque ahora podría encontrar la posibilidad de reparar su error a través de su nieta y recuperar el afecto de la amiga de su hija.

Schroeder toma como excusa el objetivo de montar la pastelería para hablar de tres generaciones de mujeres muy distintas entre sí y su forma de enfrentar los conflictos. La mayor, muy convencida de que es su momento de descansar de una vida larga y exigente; otra en su mediana edad e insatisfecha con el rumbo de su carrera profesional y la tercera en busca de un objetivo que le de sentido a su vida.

La directora encuentra sobre todo en la mayor de las mujeres, la multipremiada actriz Celia Imrie, la herramienta ideal para transmitir el poderoso mensaje de empatía y resiliencia que subyace en este film convencional en su planteo aunque destacable en su trabajo técnico y actoral.