Una pareja despareja

Crítica de Martín Iparraguirre - La mirada encendida

Una típica comedia americana

El amour fou (amor loco) ha sido una constante temática de la comedia desde los inicios del séptimo arte: para citar un ejemplo conocido, basta pensar en casi cualquier película de Charles Chaplin para comprobarlo, como también la natural asociación que suele establecer con la incorrección política, con la transgresión de las normas simbólicas que regulan la vida de una sociedad en un tiempo histórico específico. Resulta curioso, sin embargo, que a tantos años vista en Estados Unidos se siga censurando al cine, que por cierto es una de sus industrias más importantes (a la altura de la militar): I Love You Phillip Morris (vale la pena obviar el impresentable título local) sigue sin estrenarse en el país del norte a un año y medio de presentarse en Cannes, aunque ya llegó a nuestros cines. ¿Qué es lo fulminantemente trasgresor de esta película? ¿Acaso su temática explícitamente gay? ¿Pero la Academia no había premiado ya a Secreto en la montaña? Vale citar aquí al crítico Luciano Monteagudo (Página 12), quien sugiere que la molestia no viene sólo por el lado de la temática homosexual, sino también por la incomodidad que genera su protagonista, Steven Russell, un famoso estafador que no sólo existe en la vida real, sino que nunca se arrepintió de sus crímenes. Acaso pueda decirse también que hay algo profundamente norteamericano en I Love You…, un tono que curiosamente potencia su carácter revulsivo: el filme es a la vez la puesta en escena del “american dream” y su misma refutación, una secreta (y tímida) exploración de su costado oscuro, de su hipocresía congénita. Y Steven Russell se convierte, entonces, en un personaje emblemático para la cultura norteamericana: el homo capitalista en estado puro, aunque transfigurado en amante incondicional (tanto de Phillip Morris como del dinero).

La primera ruptura que propone el filme ocurre a los diez minutos. Luego de un montaje introductorio donde se narra un trauma infantil (la revelación de ser adoptado y haber sido vendido por su madre biológica, que funciona como una innecesaria explicación psicológica de lo que vendrá), y se muestra la supuesta vida ejemplar que alcanzó Russell (un Jim Carrey apenas contenido) como un policía felizmente casado con la hija de su jefe y con una pequeña niña, la propia voz en off del protagonista revelará la verdad, que es homosexual. Un accidente automovilístico lo convencerá de vivir abiertamente su vida, y nuestro protagonista se mudará a Miami, el paraíso del género en los años `80, donde pronto descubrirá que para vivir el sueño americano necesita de algo más que sinceridad: hace falta, sobre todo, dinero, mucho dinero (he aquí el segundo quiebre que propone el filme). Para conseguirlo, Russell comenzará a utilizar sus tendencias mitómanas, y se convertirá en un estafador de poca monta, con tarjetas de créditos y seguros contra accidentes, hasta que eventualmente termine en prisión. Allí conocerá al amor de su vida, Phillip Morris (un Ewan McGregor más sólido que Carrey), un tímido joven que parece su exacto reverso, pero de quien no podrá separarse más. Y ya en libertad, conseguirá liberar a su compañero, para vivir al fin el sueño que tanto anhelaba…, aunque para ello deberá convertirse en un embaucador ya de alto nivel, haciéndose pasar por abogado o consultor financiero de grandes empresas, hasta que vuelva a caer en prisión. Claro que Russell fue también un escapista magistral, y el filme se convertirá así en un típico tour de force con las aventuras de Russell, acercándose a Atrápame si puedes (2002), de Steven Spielberg.

Formalmente convencional, el principal logro de I Love You… reside en su capacidad para problematizar la visión ingenua y manipuladora que suele existir sobre el american dream, llegando incluso a cuestionar el mundo de las corporaciones e insinuando sus oscuras formas de poder (por algo Russell terminó con 140 años de prisión, en condiciones terribles, sin haber cometido ningún crimen violento). Pero hay que decir también que Glenn Ficarra y John Requa (los directores debutantes, también guionistas de Un Santa no tan santo), no logran llevar a las últimas consecuencias todo lo que prometen, y que el filme termina siendo una comedia negra despareja, a veces contradictoria, que no aborda con igual calidad todos los géneros que mezcla y que tampoco resulta tan transgresora como parece, a no ser que se considere que mostrar unos besitos entre Carrey y McGregor, o insinuar alguna fellatio, sea algo verdaderamente revolucionario.

Por Martín Ipa