Una novia de Shanghai

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Extraño caso el de Una novia de Shanghai, y un título altamente engañoso, por otra parte. Mezcla de road movie, documental y las ideas más locas de Aki Kaurismäki, Takashi Miike y Apichatpong Weerasethakul, esta coproducción chino argentina, con música de Daniel Melingo y Moreno Veloso, dirigida por el argentino Mauro Andrizzi, parte de un ritual oriental, buenas imágenes y escasos recursos para lograr un resultado efectivo.
Dos buscavidas de traje que viven en las márgenes del río Huangpu roban un anillo de novia y consiguen pasar la noche en un hotel. En la habitación, hallan la ropa de un difunto y, sin mediar explicación, cuando se recuestan en las camas, entre una nube de humo el muerto empieza a hablarles. Tuvo un amor prohibido con una chica de Shanghai pero al morir ambos fueron sepultados en lugares separados: ella en la capital china, junto a su marido; él en su pueblito originario. Les encomienda una misión: a cambio de un cofre con joyas, los buscavidas deben desenterrar a la novia y enviarla en un barco carguero al lugar donde yace el amante para que –acorde a la tradición– compartan la eternidad. Es una película breve, con pocas escenas descartables, pero aquella en donde el dúo camina pala al hombro por el cementerio, hablando de bueyes perdidos y soñando vivir en México, vale por sí sola la entrada al cine.