Una novia de Shanghai

Crítica de Diego Papic - La Agenda

Divertimento en China

Una película argentina filmada en Shanghai cuenta la historia de dos ladrones contratados por un fantasma para llevar un ataúd por la ciudad.

Mauro Andrizzi recibió una beca del Grupo Swatch para hacer una película en China y allí fue, con un guión de género fantástico, un curso acelerado de chino mandarín y su actriz fetiche (Lorena Damonte). En Shanghai reunió un pequeño equipo técnico, algunos actores y se lanzó a la aventura de rodar una película singular, lúdica y, por decirlo de alguna manera, bastante china.

Johnny (Jiao Jian) y Hugo (Hu Chengwei) son dos ladronzuelos que andan juntos por las calles de Shanghai, duermen a la orilla de un canal, se meten en un cine, charlan sobre sus fantasías de conocer América Latina. A la primera secuencia casi documental, en la que la cámara en mano de Andrizzi pareciera fascinada con los detalles de la ciudad, los puestos de comida callejeros y la llovizna que lo cubre todo, la sigue otra extranísima en la que irrumpe lo fantástico: aparece un fantasma (Lian Hong Feng) que les ofrece a Johnny y a Hugo 200 mil yuanes a cambio de que desentierren a su amante y lleven el ataúd de Shanghai a Sichuan para que pueda descansar con él durante la eternidad.

Como una versión china, urbana y light de Mientras agonizo, la novela de William Faulkner, Johnny y Hugo deambulan por calles, baldíos y autopistas con el cajón desenterrado a cuestas. Conocen chicas, escuchan historias, discuten sobre el amor y los sueños como dos personajes de Tarantino con la pólvora mojada, adorables y por siempre perdedores.

Una novia de Shanghai parece un juego, un divertimento en el que el verosímil se rompe aún más allá de lo fantástico y los efectos visuales están al filo de la berretada capusottiana. A esto se le suma la música encantadora de Daniel Melingo y Moreno Veloso y las dos chicas que acompañan a Johnny y Hugo durante casi toda su travesía: la expresiva y simpática Sun Yuhan y la misteriosa Lorena Damonte, la única actriz occidental pero que oculta sus ojos redondos tras unos lentes de sol.

El cóctel es extraño, absorbente por momentos y desconcertante por otros, pero casi siempre interesante. Andrizzi tiene ideas y es fanático de las historias: al igual que en sus dos películas anteriores (En el futuro y Accidentes gloriosos), Una novia de Shanghai tiene la exhuberancia narrativa de Las mil y una noches, la fascinación de las fábulas.

Hacia el final, después de ese viaje breve, disparatado y con referencias que van desde Bésame mortalmente hasta Perdidos en Tokio, queda un regusto agradable y más de una imagen inolvidable. Esa especie de yermo de barro duro a la vera de una fábrica y la silueta de Johnny y Hugo caminando hacia el horizonte es extraordinaria y mucho más dentro del panorama del cine argentino. Aún con su espíritu lúdico y su pátina amateur -o quizás justamente por eso- Una novia de Shanghai resulta una película diferente, de lo más original del año.