Una noche sin luna

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Infelicidades

Allá por el 2000 el ya fallecido director argentino Lucho Bender desarrollaba una estructura coral que interconectaba durante un fin de año a sus criaturas melancólicas y taciturnas en el film Felicidades. Mezcla de costumbrismo con ciertas dosis de existencialismo a la carta, las anécdotas trascendían en la pantalla bajo un estilo muy particular donde explotaban algunos actores como Carlos Belloso o Marcelo Mazzarello en roles ajustados a sus enormes cualidades actorales.

Por eso, es prácticamente ineludible esquivar el bulto de la comparación entre aquella película y Una noche sin luna, debut cinematográfico de Germán Tejeira, que también aplica la fórmula coral para intercalar en un solo espacio y tiempo tres historias que podrían formar parte de tres cortometrajes autónomos. Las tres tienen por protagonistas a personajes en busca de redención, pero que son alcanzados por la fugacidad de las pequeñas vicisitudes de la vida y de alguna manera esa idea de redención se patea hacia adelante. En el adentro, en el centro de los conflictos, todo se resuelve en unas pocas horas cuando el año se despide para dar la bienvenida a uno nuevo, en la localidad de Malabrigo.

Tal vez como espacio metafórico por su desolada geografía y escasa cantidad de habitantes funciona como escenario ideal para la melancolía o la soledad que se escapa por la noche en un abrupto corte de luz que afecta a todos los personajes en la misma proporción. La transición entre la poca luminosidad, el silencio y la tristeza operan de una manera eficaz para encontrar el tono adecuado en el relato, sin otro propósito que avanzar por los carriles del costumbrismo.

Así las cosas, en este abanico ocre de historias confluyen la de un mago al que contratan para animar la fiesta en el club pero que se queda varado al pinchar una goma y debe pasar las horas en una cabina de peaje a la espera del auxilio, en compañía de una solitaria empleada, reservada en cuanto a sus intenciones de interactuar con extraños; a esa desventura se suma la que protagoniza el cantante y autor Daniel Melingo -también responsable de algunas melodías de la banda de sonido- quien goza del beneficio de la libertad por 24 horas para presentarse en un show con motivo del cierre del año y finalmente queda por conocer el relato que gira en torno al reencuentro de un padre divorciado con su pequeña hija, a quien va a visitar para entregarle un regalo y así recuperar el lugar antes de ser totalmente desplazado por la nueva pareja de su ex esposa.

Tres pequeños universos en donde los problemas de la comunicación parecen ser la clave o el nexo conceptual aunque independientes desde sus intenciones dramáticas y sus resultados, donde se marcan desniveles narrativos importantes, trazan las coordenadas del mapa desierto de Una noche sin luna. Entre la más sólida de las historias que es sin lugar a dudas la del mago por encima de las otras dos que son bastante convencionales según el punto de vista con que se las observa.

Por tratarse de una ópera prima, Una noche sin luna cumple con las expectativas pese a sus desequilibrios a nivel narrativo.