Una noche sin luna

Crítica de Matías Gelpi - Fancinema

Solos en la noche

Una queja: esta es la segunda película uruguaya que veo en el año donde la gente toma muy poco mate. Alguna vez estuve en Colonia y pude constatar que los buenos ciudadanos de la Banda Oriental son psicópatas de dicho brebaje. ¡Basta de películas que ocultan la verdad!

Si quisiéramos hacer una comparación perezosa y superficial podríamos decir que Una noche sin luna es Año nuevo en clave latinoamericana, pero realmente lo único que tiene en común es que ambas cuentan una serie de historias que tienen que ver y transcurren durante la noche de el último día del año. Es fácil deducir que es el momento en el año donde más expuestos quedan los solitarios, y eso es lo que aprovecha el director Germán Tejeira para desplegar ante nosotros las soledades.

Un mago de segunda cuyo bigote es al prototipo del de un montonero, un taxista que es padre separado, y un cantor (Daniel Melingo) en libertad condicional, cuyos días de gloria claramente han terminado; lo tres tienen algún compromiso al que asistir en la noche de Año Nuevo en el pueblo de Malabrigo; los tres intentarán transformar de alguna manera su casi inevitable soledad.

Además se ser técnicamente irreprochable, la película de Tejeira tiene la habilidad de saber captar bien los momentos que quiere contar. No se detiene excesivamente en mostrar los rituales cotidianos que nos ayudan a establecer la empatía con los personajes, salvo en el caso de Melingo, por el cual tiene claramente una gran admiración. Y en los escasos minutos que dura su película logra las escenas clave para desarrollar cada uno de los relatos eficientemente. También hay que decir que las historias son desparejas: la del taxista es un tanto cursi y genérica, y hasta los diálogos son artificiales. Las otras dos están mejor construidas, se atreven más al humor, están mejor actuadas y por decirlo de alguna forma, mejor habladas.

El final de Una noche sin luna se encolumna detrás de la historia del cantor Miguel Angel, personaje que tiene un halo de gloria anticuada y porte de viejo bohemio que Melingo le imprime a puro gesto sutil y a la vez claramente impostado. Es como si la poesía le pesara, y de algún modo el tango es poesía pesada de un metal herrumbrado difícil de mover de a uno. Esa es la extraña magia de Melingo en una historia pequeña de una película irregular pero que vale un poco la pena.