Una noche fuera de serie

Crítica de Emilio A. Bellon - Rosario 12

Aventuras para escapar de la rutina

El film con Tina Fey y Steve Carell debe mucho de su encanto a la pareja protagónica. Ellos encarnan a un matrimonio que se hace pasar por otro para entrar a un lujoso restaurant y vivirán una situación límite que los hará conocerse mejor.

Hasta el momento consideraba que Steve Carell, uno de los tantos nombres de la comedia estadounidense de hoy, no podía ir más allá de ciertos repetidos estereotipos y llegué a pensar que este nuevo film, que lo tiene como protagonista, apenas si podía considerar como un aceptable pasatiempo. Sin embargo, y esto es tal vez así por quien lo acompaña en esta nueva aventura, Tina Fey, puedo decir hoy que Una noche fuera de serie me provocó más de una sorpresa, en algunas secuencias.

En esta oportunidad, el director de la remake de La pantera rosa -la primera de ellas- que vimos hace cuatro años ha logrado reunir a dos personajes que tienen mucho de aquellas parejas que protagonizaban las felices comedias de los años 40, que tras vivir una serie de inesperados hechos, se reencuentran en un lugar muy diferente del que debieron soportar en una vida rutinaria.

Ambos, los personajes que interpretan Steve Carell y una muy expresiva Tina Fey (de gran parecido a Sigourney Weaver décadas atrás) componen a un matrimonio que repite milimétricamente los mandatos cotidianos, siempre desde el mismo ángulo de mirada, y que ya han pasado a ser buenos amigos o tolerantes hermanos. Viven en Nueva Jersey, a algunos kilómetros de la gran ciudad y una noche, en un intento por sentir algo diferente, pasarán a ser los actores de una impensada aventura.

La trama base me lleva a pensar en cómo en estos personajes reconocemos a tantos que los precedieron. Y particularmente en algunas comedias de Alfred Hitchcock en el que el personaje central, seguro de sí mismo, estable, súbitamente, sin imaginarlo, se ve envuelto en una compleja trama en la que el riesgo ya no es de utilería. Como ciertamente lo vivía el personaje de Roger Thornhill, interpretado por Cary Grant en su film de 1959, Intriga Internacional (North by Northwest).

Si el personaje recientemente citado era víctima de un error en un restaurant, aquí la situación que deberán afrontar los Foster, compuestos por Phil y Claire, con más de cuarenta años, también se va a desencadenar en un ámbito similar. Uno a la hora del almuerzo, ellos dos en el momento de la cena. Y en ambos films, a partir de un equívoco.

Como en los films de Alfred Hitchcock, ahora, y tras ser intimidados por decir llamarse de una manera que no es la propia, la aventura que comenzarán a vivir va a poner al descubierto algunas conductas ya en situación límite, que apuntan, por otra parte, a un mayor conocimiento de ambos.

Una noche fuera de serie se sigue, a veces, con gran entusiasmo. Y es porque la pareja protagónica logra una combinatoria deliciosa y burbujeante. Si bien el film adolece de los lugares comunes de persecuciones -demasiado extendidas y otras reiteraciones, despierta en el espectador ese vínculo de simpatía y de complicidad que suele llevar a añorar un esperado "happy end". Porque ambos, a partir de lo que viven esa noche, aprenderán a conocerse mejor, de otra manera.

¿Cómo es este matrimonio antes de lo que ni imagina que deberá afrontar y cómo lo será después? Y más aún ¿Qué es lo que fuimos conociendo de ellos a medida que transitaban esa carrera peligrosa, dominada por sobresaltos? Las distintas circunstancias le permiten a su director, de igual manera, trazar apuntes críticos sobre los comportamientos de la corrupción policial, operaciones e intereses de grupos mafiosos y hacernos partícipes sobre reacciones de la pareja en su esfera más íntima, mediante guiños irónicos. Una noche fuera de serie marca un puente con la tradición del género, recuperando algunos gags y provoca, en algunas oportunidades, respuestas hilarantes.

A la manera del film de Martin Scorsese de 1985, Después de hora, los Foster despertarán a situaciones que lindan con el absurdo, que desconciertan, debiendo, de la misma manera, enfrentarse a personajes emblemáticos. Como lo logra Mark Wahlberg, que en esta alocada aventura recibe siempre a quienes tocan el timbre de su departamento con el torso desnudo; lo que logra en el personajes de Phil una marcada envidia y en el de Claire una incitación al placer. O bien como lo asume Ray Liotta, en su rol de capomaffia, en clara alusión a aquel otro film de Martin Scorsese, Buenos muchachos.

Todo había comenzado esa noche con una pequeña jugarreta, Phil Foster ya en la entrada de uno de los restaurant más concurridos de Nueva York adopta otra identidad. Y esta pequeña trampita abrirá al ya cansado y abatido matrimonio de los Foster a una aventura. Mientras tanto el peligro, de alto voltaje, acecha.

¿Adónde lleva toda esta cabalgata de huidas, enmascaramientos, nuevas coartadas y grandes sustos? Aquí, nosotros, los espectadores, ya no tenemos tanto en cuenta el móvil y el fin. Pero lo que sí merece subrayarse es cómo, de que manera, y a través de qué medios sus protagonistas comienzan a experimentar un cambio y a replantearse toda una forma de vida.