Una misión en la vida

Crítica de Miguel Frías - Clarín

La ruta de la identidad

Un gerente de recursos humanos, en un viaje extraño.

¿Qué escribimos primero? ¿La buena o la mala noticia? La mala: Una misión... es de esas típicas películas, a la europea, basadas en la corrección política. La buena: esa corrección política no es tan ostensible como en otros casos. Tampoco lo es el género: este filme de Eran Riklis (director de La novia siria y El árbol de lima) tiene tantos desniveles como combinaciones. Es, al mismo tiempo, drama, comedia negra, tragedia, sátira. Todo, con un formato, al menos en su segunda parte, de road movie . Hablamos de una película sobre la identidad; discreta y digna.

Empieza en Israel. En su génesis hay componentes políticos: violencia social e inmigración. Una mujer llamada Julia, a la que nunca veremos y la única que tendrá un nombre en la película, muere en un atentado suicida. La empresa panificadora para la que trabajaba debe explicar por qué no intentó reconocer el cadáver en un primer momento. La noticia de que Julia era empleada de la compañía se conoció porque ella llevaba, durante la explosión, el último recibo de sueldo.

Entre periodistas y empresarios (empresarias) demasiado estereotipados, mostrados de un modo satírico, el gerente de recursos humanos queda a cargo de “limpiar” la imagen de la empresa y, luego, de repatriar el cuerpo a Rumania, donde vive la fragmentada familia de Julia. Ese viaje irá “humanizando” a un hombre que suele tomar a los empleados como meros objetos o números. La crítica, en este caso, es a la economía de mercado; aunque en Rumania también habrá miradas burlonas al viejo comunismo. Todo, hay que repetirlo, sin grandes subrayados. Tal vez, la principal virtud de la película.