Una familia espacial

Crítica de Emiliano Fernández - A Sala Llena

El fracaso en tanto maldición.

El tono insulso y predecible es la característica más insoportable de gran parte del cine de animación de nuestros días y de los relatos épicos en live action que nunca bajan de las dos horas de metraje, cara y ceca de la misma moneda dirigida a niños, adolescentes y adultos que no maduraron (para algunos la sonsera y la irresponsabilidad constituyen una verdadera adicción). Pensemos por ejemplo en los “caminos del héroe” ultra pasteurizados símil Disney o en la interminable catarata de adaptaciones de cómics de DC/ Marvel: los purretes actuales -enfrascados en los productos mainstream- deben estimar que efectivamente todo el espectro narrativo se reduce al anclaje en las películas de acción con chistecitos fatuos y una pluralidad de personajes que se confunden entre sí gracias a este atolladero impersonal.

Si nos sinceramos podemos afirmar que nadie esperaba demasiado de Enrique Gato, el realizador español responsable de Tadeo Jones, ese aventurero protagonista de dos cortos apenas potables y de un film en 2012, bastante limitado por cierto. A diferencia de aquella cruza de naturaleza paródica entre el ideario de Indiana Jones y la estética de Wallace & Gromit, Una Familia Espacial (Atrapa la Bandera, 2015) sí posee una identidad propia y hasta se toma su tiempo para construir un retrato muy afable de los Goldwing, un clan de astronautas que arrastra una maldición en torno al anhelo de pisar la Luna, con los rencores del caso: Mike pretende que su padre Scott y su abuelo Frank vuelvan a hablarse luego de décadas de un distanciamiento en el que mucho tuvieron que ver las jugarretas del destino.

Como no habría película sin el viaje del jovencito como polizón al satélite de la Tierra, la ocasión se presenta cuando se reactiva el programa espacial de la NASA para intentar “ganarle de mano” a Richard Carson, el villano de turno, un magnate energético que desea volar a la Luna para extraer Helio 3 y destruir la bandera plantada por la misión Apollo XI, con vistas a tomar posesión del cuerpo celeste. Bajo la supervisión de Frank y junto a su amiga Amy, Mike deberá sobrevivir a una gesta en la que coinciden el afán retro en pos de surcar el firmamento y la ponderación del éxito a nivel profesional como un mecanismo de reconstitución del eje familiar, esquema a su vez condimentado con una crítica contra el monopolio de los recursos naturales y toda exclusividad relativa a la “camarada nocturna”.

Por suerte el director obvia la estructura hollywoodense estándar hoy por hoy (basada en un popurrí de escenas de acción sin sentido, protagonistas escuálidos y latiguillos para lelos), privilegiando en cambio un ritmo narrativo sosegado que combina mucho desarrollo de personajes y un verosímil muy prudente en consonancia con los coletazos que suele generar la frustración en nuestro entorno cercano (el hecho de que el pivote de la historia sea el sueño de Mike de conciliar posiciones resulta un detalle gratificante). Lamentablemente la propuesta no va más allá de su corazón artesanal pero sin dudas señala un horizonte para la animación hispanoamericana, en el que el modelo estadounidense debería ser tomado sólo como referencia y no tanto en términos de un dogma que garantiza el triunfo en taquilla…