Una especie de familia

Crítica de Victoria Leven - CineramaPlus+

Primera imagen del filme: Vemos un plano corto de Malena (Bárbara Lennie) a través del vidrio del auto empañado, detrás del parabrisas, y su imagen inquietante se impone entre las luces del exterior que la rodean como manchas envolviéndola en una noche lluviosa y solitaria. Segundos después maneja hacia una dirección desconocida mientras comienza a sonar una versión moderna e intimista del concierto en Do mayor de Vivaldi, el mismo que Leonardo Favio versionó en su inolvidable filme El romance del Aniceto y la Francisca, un intertexto para nada accidental. El inicio es tan impecable en su factura cinematográfica que el clima de extrañeza, inquietud y tensión crecientes ya se instala en el minuto cero. A lo largo del relato toda la carga dramática crecerá sobre el rostro de Lennie con su precisa expresividad, haciendo de ella la piedra fundamental sobre la que se talla la narración entera.

Diego Lerman en su quinta película avanza a pasos agigantados en su efectividad narrativa, en su capacidad de retratar el mundo femenino y presenta una creciente destreza en el uso del lenguaje con signos visuales y sonoros dignos de observar y escuchar con suma atención.

Malena, una mujer de mediana edad, es una médica porteña que viaja sola a un pueblo humilde de la provincia de Misiones a la espera del nacimiento del tercer hijo de la joven Marcela (Yanina Ávila) que se ha comprometido a entregárselo sin fines de lucro, ya que no tiene recursos económicos para criar un hijo más. Concretar este proyecto de adopción algo casero y “agarrado con alfileres” se va a transformar en la mayor obsesión y la peor pesadilla de Malena, que con tal de concretar su maternidad parece capaz de hacer cualquier cosa. Pero el plan comienza a tomar otros matices cuando el niño nace y la familia de la parturienta plantea por una aparente y dudosa situación de emergencia la necesidad de recibir un dinero a cambio de la criatura. Nadie quiere hablar directamente de “venta de niños”, pero la escena idílica de una entrega desinteresada se transforma en un trueque ilegal sin salida. Ahora para tener al pequeño “aún sin madre definitiva”, hacen falta 10.000 dólares y la presencia del esposo de Malena en la escena.

Desde ese instante el drama realista se carga de tensión y queda minado de todos los obstáculos esenciales de un intenso thriller psicológico, creando en la trama un giro narrativo tras otro hasta la última escena del filme.

El tema de la adopción ilegal alimentada por la ineficiencia de la ley y el negocio sucio en medios de escasos recursos, no es un tema nuevo ni desconocido, pero no todos los filmes logran evitar los lugares comunes, los clichés moralistas, los personajes maniqueos y arriban al debate ético-moral desde distintos ángulos y sin golpes bajos como lo logra el guion de Lerman/Meira. Dos mujeres, la que quiere ser madre en términos non santos y la que entrega a su hijo en medio de otros tantos actos altamente cuestionables. Malena y Marcela son tan contradictorias como humanas, ni perdonables ni salvadas, dos mujeres/madres absolutamente desesperadas que han perdido más de lo que han ganado en esta vida y a las que el destino une a través de la llegada de un niño a este mundo complejo y perturbador.

Como diría Paul Schader “Los personajes más interesantes son aquellos que actúan en contra de sus propios intereses”, y así es que nuestra protagonista se mueve con la fuerza del deseo irrefrenable que la motiva a que querer alcanzar lo inalcanzable, generándose más angustias que alegrías, pero es ese anhelo lo que la mantiene en pie, la que la hace vibrar hasta la médula y nos moviliza a nosotros al mismo tiempo en cada instante de la historia.

Una escena muy metafórica e intensa describe a la perfección el estado emocional de Malena y la percepción del mundo que la rodea. Deambulando desesperada en su auto por el pueblo (el auto es otro personaje de la historia) en pos de conseguir la manera de obtener al niño en cuestión, queda varada en esas tierras rojas y anegadas de un camino perdido en el campo. Luego de pedir ayuda, retorna perturbada al lugar y una lluvia de insectos o animales, indefinible para el espectador en los primeros instantes, la azota en la escena. Con un zumbido atroz y como una imagen del filme Los pájaros de Alfred Hitchcok, centenares de langostas caen sobre ella amenazantes. Aterrada logra refugiarse en su auto hasta verlas desaparecer dejando en el aire la señal del peligro inminente. Esta escena es una clara metáfora de la relación entre el hombre y el entorno, lo que incluye la idea de una suerte de castigo divino.

Por otra parte en cuanto al equipo de la película, sin duda nos tenemos que adentrar en el trabajo de Fotografía, y la fuente directa e indudable que está en el talento superlativo de Wojtek Staron y su equipo. Este director de documentales y de fotografía polaco, que ya había trabajado con Lerman en la impecable factura de Refugiado, despliega un abanico de recursos visuales de claro sello estético y narrativo. Tanto en el trabajo del uso de la cámara en su dinámica móvil/estática, como en la composición del cuadro y el uso de los climas lumínicos poblados de días grises, lluviosos, noches profundas y la permanente mirada hacia la protagonista a través del vidrio del auto jugando con sus diversos efectos y texturas posibles. Colores nítidos, negros profundos y cielos plomizos sellan el estilo.

El trabajo de la banda sonora no es menor en su nivel de resultado. Una excelente elaboración capa por capa, nos da todas las herramientas para que el drama y el thriller se sostengan con solvencia y densidad. El combo imagen sonido sellan un pacto indisoluble de principio a fin. Incluyendo la versión de José Villalobos del concierto de Vivaldi, intimista y triste, clásica y moderna, el espejo perfecto del alma de nuestro personaje central.

Bárbara Lennie se impone potente y magnética, es tal su relevancia expresiva que de momentos, al verla, se me venía a la mente los primeros planos de Monica Vitti en El desierto rojo de M. Antonioni, donde el primer plano de una mujer y unos pocos gestos, nos pueden dejar entrar a su universo emocional.

El elenco que acompaña es altamente destacable: la revelación indiscutida de Yanina Ávila, el muy acertado Daniel Aráoz en el papel de médico local, Claudio Tolcachir como esposo de Malena cálido y preciso, más los personajes secundarios que parecen mezclar la impronta del no actor con la aceitada resolución del oficio. Un filme contundente que merece ser visto en cine.

Por Victoria Leven
@victorialeven