Una dama en París

Crítica de Hugo Fernando Sánchez - Tiempo Argentino

La vida, la vejez y la muerte

Anne (Laine Mägi ) llega a París para cuidar a su compatriota estoniana Frida (Jeanne Moreau), una rica y difícil anciana estoniana que emigró hace muchos años a Francia.

Desde un primer momento se muestra el rechazo que la elegante señora tiene por la inmigrante y sus intentos por ahuyentarla, mientras se concentra en el dolor de la pérdida de su antiguo amante Stéphane (Patrick Pineau). Sin embargo, la árida relación entre las dos mujeres, separadas por la edad y por el estatus social, finalmente hará que Frida redescubra su magnetismo y Anne pueda continuar con su vida.
Lo cierto es que a priori se podría suponer que Una dama en París iba a ser una suerte de oda a la magnífica carrera de la legendaria Jeanne Moreau, ícono de la Nouvelle Vague y musa de directores como Francois Truffaut, Michelangelo Antonioni, Roger Vadim y Orson Welles, entre otros. Sin embargo, el relato es otra cosa.
El tercer film del realizador Ilmar Raag, responsable de Klass (2007) –que logró cierta notoriedad a partir del crudo abordaje que hacía sobre el acoso escolar– se desarrolla en varios niveles pero los tres protagonistas transitan diferentes aspectos del mismo tema: la relación con la vida, la vejez y la muerte.
Lo cierto es que Raag tiene entre manos un elenco fantástico (es un placer ver el oficio de Moreau y también el talento de Mägi) y con esos elementos le alcanzan para concretar un film liviano, convencional y correcto, en donde todos los esfuerzos parecen estar concentrados en la belleza de París que, hay que decirlo, es retratada con una mirada entre turística y publicitaria.