Una chica invisible

Crítica de Nicolás Pratto - Funcinema

STALKERS

Cuando George Orwell publicó 1984, bajo un relato de ciencia ficción, logró profetizar el entorno donde vivimos. A diferencia del concepto “big brother”, donde lejos de sufrirlo, lo buscamos. Historias sobre lo que vemos, cocinamos, dónde estuvimos o estamos. Aceptando bases y condiciones que no leemos. Aplicaciones de delivery cuya descarga implica acceder a tu cámara y micrófono del celular. “Cuando algo es gratis en internet, es porque uno es el producto”. Sumamos datos personales e intrascendentes a una red que puede ser fácilmente vulnerable.

Al igual que Orwell, Peter Weir en The Truman Show se adelantó a la existencia mediante la vista tácita de todos. Un público, seguidores, la vida como un espectáculo. Un concepto que aterrorizó a un niño de 10 años como Francisco Bendomir, y lo continuó acompañando en la realización de su ópera prima, Una chica invisible.

Tras separarse de Andrea, Mauro necesita saber si hay un tercero en discordia. Consumido en celos e inseguridades, contrata a un hacker (Daniel), para acceder a su mail, redes sociales y, como si fuera poco, ubicar cámaras en la casa de Andrea. Conocido en el mundillo de internet como “stalkear”, una práctica realizada por todos al revisar un perfil, pero que trasciende el grado de acoso al invadir y afectar la vida de la persona.

Aunque The Truman Show haya sido el punto de partida de Una chica invisible, la película dialoga con otras obras con una mirada stalker o voyeurista. La motivación de Mauro es similar a la de Daniel Hendler en El fondo del mar, asegurar si su pareja lo engaña y en un vano intento, recomponer su relación. Por su parte, Daniel sigue los pasos de Gene Hackman en La conversación. Cuyo rol de espía, escucha o hacker, trasciende el trabajo por encargo, interesándose por la víctima. Llegando a ignorar su vida, Daniel es padre de Juana, una joven que ante una madre ausente y un padre obsesionado, es criada por Youtube y sus retos virales.

Una perspectiva tragicómica del uso nocivo de internet. Los personajes son afectados desde un rol activo o pasivo, y ambos personajes femeninos, sufren la viralidad. En el caso de Andrea, al filtrarse un video de un casting fallido, y en Juana, al subir un reto fallido donde se corta un dedo. Se convierten en tendencia, y lejos de pensar que la vida virtual y la vida real son asunto separado, las termina afectando. Andrea sospecha que alguien la observa y recurre al alcoholismo y a un grupo de autoayuda. En el caso de Juana, siendo suspendida en el colegio por su conducta al fomentar el reto del cuchillo entre sus compañeros, refugiándose en un manga que da título a la película.

Bendomir explora sus miedos en una película donde las actuaciones pueden desentonar, al igual que algunos tramos de la historia, aunque logra retomar su interés hacia el final. Plasmando un mundo digital y real, alejado de aquel concepto de las películas de los 90’s y el nuevo milenio, de hackeo a bancos desde una cabina telefónica o despertar siendo controlados por supercomputadoras. Hoy en día, el conocimiento de acceder a un home banking, tutoriales para ahorcarse o hacer una torta, está al alcance de todos. Aceptando las bases y condiciones de la vida, sentirnos vulnerables y vivir con ese hecho o simplemente, desaparecer.