Una aventura extraordinaria

Crítica de Roger Koza - La Voz del Interior

El tigre y el varón

Basada en Vida de Pi, una novela de Yann Martel, Una aventura extraordinaria no es otra cosa que un relato sobre un relato: un escritor canadiense en plena crisis creativa se encuentra, por una recomendación, con un hombre de la India llamado Piscine Molitor Patel. En apariencia se trata de un hombre común, pero su biografía es excepcional: no cualquier mortal puede sobrevivir 227 días en un bote en el Pacífico acompañado de un tigre de Bengala.

Niño precoz en cuestiones religiosas, su nombre (motivo de burlas previsibles) alude a una piscina parisina; él lo abrevia y su bautismo autorreferencial con un nombre de las letras del alfabeto griego precede al deseo de otro bautismo, vinculado al cristianismo. Visnú, Jánuman, Ganesha, algunas de entre los 33 millones de deidades hindúes, eran los héroes de su infancia, hasta que un día conoció al Dios que envió a su hijo en su nombre, lo que no le impidió explorar el Islam (ni tampoco enseñar de grande la Cábala); y probablemente sus lecturas de Camus y Dostovieski le ayudaron a comprender el lugar y la función de la duda en cuestiones de creencias religiosas.

Todo esto se revela a través de un diálogo entre un escritor y Pi. La película consiste en la ilustración de un gran relato. Primero se verá la genealogía del creyente, luego su test vertical: tras el hundimiento de un barco japonés en el que viajaba junto a sus padres rumbo a Canadá y todos los animales del zoológico de su padre, Pi llevará a cabo su gran hazaña: sobrevivir en alta mar conviviendo con una fiera salvaje.

La fuerza visual del filme es ostensible y no verlo en 3D es despreciar la búsqueda sensorial que Lee propone desde el comienzo; ya en el segundo plano un ave vuela sobre el auditorio, un anuncio del placer perceptivo ostensible en otros planos, a veces alucinantes: las diversas especies marinas, los pasajes de una isla poblada por suricatas o simplemente el mar como una entidad monstruosa sin límites son “extraordinarios”. Sin los anteojos negros la gracia visible del filme se esfuma, incluyendo nuestro encuentro con Richard Parker, el famoso tigre, que jamás renuncia a su condición feroz.

Es posible que el creyente confirme su fe, aunque Lee delinea una vía escéptica en la posición del padre de Pi. La verdadera prueba de fe será otra: consiste en cómo "leer" un relato. A dicha incertidumbre se le suma otra, de naturaleza cinematográfica: ¿Qué es real de todo lo que vemos? ¿Cuál es la materia del filme? ¿Un nuevo demiurgo digital se apropia del cinematógrafo? Si Dios no existe, en la combinación de ceros y unos resulta sencillo inventarlo.