Un viaje extraordinario

Crítica de Ezequiel Boetti - Otros Cines

El film de James Marsh (La teoría del todo) se desarrolla en 1968, cuando un navegante amateur llamado Donald Crowhurst (Colin Firth) decide competir en una carrera organizada por el periódico The Sunday Times. El objetivo es dificilísimo: partir de un pequeño puerto inglés para navegar en solitario alrededor del mundo, sin amarrar en puertos, hasta llegar, varios meses después, al mismo punto de inicio.

Aunque en principio mirado de reojo por su entorno, Donald lentamente empieza a conseguir apoyos para financiar su gran aventura, siempre con su mujer (una desdibujada Rachel Weisz) e hijos como sostenes. Algunas demoras de último momento y ciertos errores menores –pero que en la inmensidad del océano pueden ser mortales- asoman como principales obstáculos. Pero nadie pensó –ni siquiera Donald– en las consecuencias de la soledad.

Si Hollywood hubiera tomado la historia de Donald, la película habría sido el vehículo perfecto para una batería de efectos especiales con la construcción de un héroe como eje. Marsh, en cambio, apuesta por un relato sin grandes picos dramáticos y un diseño de imagen académico, de esos que prodigan bellos encuadres y planos a contraluz, para mostrar en paralelo la creciente locura de Donald y la tensa espera de sus familiares y amigos en Inglaterra.

El film se queda a mitad de terreno en la exploración psicológica de ese hombre en una situación límite y el relato aventurero. Con demasiados lugares comunes (ay, esas cartas leídas en off…) para lo primero y con poco espíritu aventurero para lo segundo, Un viaje extraordinario es apenas un paseo en velero en las aguas seguras de un lago manso.