Un viaje de diez metros

Crítica de Jonathan Santucho - Loco x el Cine

Sin sentidos.

Son films como Un Viaje de 10 Metros (The Hundred-Foot Journey, 2014) los que levantan los menos interesantes tipos de preguntas morales al criticismo. ¿Está bien aprobar una clase de cine que, a pesar de su falta de conflicto o búsqueda, sabe apelar exactamente al público en busca de familiaridades y nada más? La respuesta entera quedará para otro día, pero este último esfuerzo del director Lasse Hallström (cuyo historial va de dramas medidos como ¿A Quién Ama Gilbert Grape? o Las Reglas de la Vida a melodramas románticos tirados por la borda al estilo de Siempre A Su Lado, Querido John y Un Lugar Donde Refugiarse) entra en el costado decepcionante de la cuenta.

Basándose en la novela de Richard C. Morais, Lasse se centra en el relato de Hassan (Manish Dayal), miembro de una familia hindú que abandona la tierra natal tras la muerte de su madre durante conflictos políticos; imaginen cualquiera, el film no se preocupa nada por ser específico. Siguiendo el camino del patriarca Papa (Om Puri, leyenda de Bollywood), todos acaban en un pueblito apenas pasando la frontera francesa. El lugar también es desconocido; de nuevo, no hay muchas ganas de explicar (y eso va también por la temporalidad: por los primeros tres cuartos de su duración, parece que la película toma lugar cincuenta años atrás, hasta que una visita a París cambia las cosas). El único lugar que pone su ubicación en el mapa es el restaurante de la rígida Madame Mallory (Helen Mirren), poseedor de la estrella Michelin y lugar habituado hasta por el presidente. Lo cual es una lástima, porque está también ubicado justo enfrente de una propiedad que llama el ojo de Papa para convertir en hogar y negocio, como local de comida rápida con sabor a India. Y con las ollas en llamas, parece que el talento como cocinero de Hassan es lo único que puede unir a estas dos facciones.

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Cualquiera con un mínimo de memoria ya se habrá dado cuenta del objetivo básico de esta película: repetir para Hallström el éxito masivo de su previa comedia dramática culinaria basada en una novela sobre personajes que descargaban sus pasiones en la cocina para combatir en el medio de una pintoresca Francia. Sí, es un intento desesperado de repetir la repercusión de Chocolate. Pero si bien la anterior obra (que, aunque nuestra memoria trata de olvidarlo, incluso fue nominada al Oscar a Mejor Película) encontraba algo de personalidad en su tema del florecimiento casi sexual en una villa marcada por la represión, Un Viaje… no tiene nada más que una lista de items que chequear para apelar a una audiencia que arranca en el fin de la mediana edad. ¿Producción situada en un lugar atrapado en el tiempo? Listo. ¿Choque de culturas “exóticas” que parezca ahorrar un viaje a otro país y que apele a las taquillas crecientes de Bollywood y Francia? Listo. ¿Ataques con referencias constantes a los puntos típicos de India y Francia, partiendo de menciones al curry hasta llegar a un análisis eterno de La Marsellesa? Listo. ¿Una visión algo racista del pueblo hindú, que aparentemente puede hablar con los muertos o distinguir el alma en la comida? Listo. ¿Una anciana británica haciendo de un personaje también algo racista que hace todos los chistes de mal gusto que apelan a un público conservador, antes de ser ganada por las peculiaridades forzadas del guión? Listo. ¿Una historia de amor entre el joven protagonista y una chica local (Charlotte Le Bon, adorable), que rellena de gente bonita pero clicheada una obligatoria duración de dos horas? Listo. ¿Una narrativa donde, realmente, no hay desafíos a superar u obstáculos interesantes para el héroe en su camino a la cima? Listo.

Todo se siente como un paso en una larga fórmula (o una receta, si vamos a entrar a la rutina adictiva de los juegos de palabras) para el éxito, aprovechada por los productores Steven Spielberg y, especialmente, Oprah Winfrey. Después de todo, es fácil imaginarse esto como un plan de ella (si no conocen quien es, imaginen una versión norteamericana de Susana Giménez con el poder de adquisición equivalente al PBI de un país centroamericano), entregado a su público inocente de madres, ancianos y demás audiencias que no pidan mucho. A ellos les puede parecer un plato delicioso, concepción motivada por las actuaciones decentes y la colorida fotografía. Pero cuando una película se siente como un plato rico que perdió el gusto tras tanta repetición, se comete un pecado. Si es de cocina o cine depende de ustedes.