Un traidor entre nosotros

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

El profesor valiente

El guión es bastante forzado, pero de todos modos la película crea suspenso y entretiene.

Un traidor entre nosotros llega con el sello de garantía de John Le Carré, autor de la novela en la que está basada, pero en realidad el copyright de esta historia le pertenece a Alfred Hitchcock. No sólo porque se utiliza una vez más su vieja y explotada premisa narrativa del hombre ordinario involucrado en circunstancias extraordinarias, sino también porque su argumento es pariente cercano de El hombre que sabía demasiado de 1956. Aquí, como en aquélla, tenemos a una inocente pareja que, en medio de sus vacaciones en Marruecos, queda envuelta por azar en una conspiración internacional.

Esta película abandona el “espionaje de oficina” de las mejores creaciones de Le Carré (El topo, El espía que surgió del frío) y cuenta una historia más actual -la influencia del dinero sucio ruso en la economía británica- y más movida, siguiendo la moda de esos thrillers globalizados que transcurren en varios sitios diferentes. Ese aggiornamiento “turístico” le quita identidad y la acerca a los productos de la máquina de hacer chorizos, pero no es su principal inconveniente.

El problema aquí es, ante todo, la falta de credibilidad de la pareja protagónica, porque resulta que esos dos profesionales supuestamente cándidos y ajenos al mundo del espionaje terminan moviéndose como peces en el agua entre agentes del MI6 y mafiosos rusos. Tanto en su comportamiento como en su aspecto físico, ese profesor universitario de poesía (Ewan McGregor) y su esposa abogada (la bella Naomi Harris) parecen más cercanos a James Bond -de hecho, Harris fue una chica Bond y alguna vez se barajó a McGregor como posible 007- que a claustros y tribunales.

De todos modos, el suspenso está. Y la siempre bienvenida presencia de Stellan Skarsgard (en un registro opuesto al que luciera en River) más el carisma de McGregor y el solvente Damian Lewis (conocido por su Nicholas Brody en Homeland) consiguen que, con un poco de buena voluntad, podamos hacer la vista gorda a los aspectos forzados del guión y pasemos, al menos, un rato entretenido.